La negociación de la estrategia de la Unión Europea con África ha entrado en aguas turbulentas. La tensión es consecuencia de un viejo y creciente malestar en la relación con la Unión Africana (UA), que busca paridad en el intercambio y amplitud en el alcance: que la UE trate con África como una sola, en lugar de dividirla geográficamente. Los focos de tensión se han visto acelerados y exacerbados por la evolución geopolítica del mundo.
Antes del “fin de la historia”, la relación entre África y Europa avanzó en las últimas tres décadas hacia una mayor igualdad. En un baile de un paso adelante, dos pasos atrás, la trayectoria tendía a una mayor paridad y a primar las relaciones de continente a continente, después de haber comenzado bajo un prisma de división geográfica y un compromiso de carácter donante-receptor.
Por parte de la UE, a medida que el paraguas de seguridad de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial es reemplazado por algo aún no definido, pero sin duda más contundente, el electorado la bombardea regularmente con la necesidad de reaprender el lenguaje del poder y el interés comunitario. Históricamente, sin embargo, la relación con África ha estado desprovista de los principales intereses europeos. La migración y, de forma más limitada, la paz y la seguridad son las excepciones más notables. En cambio, la política europea hacia África se inscribe en otra categoría: la inspirada en valores. La gama de compromisos orientados al desarrollo de África está unida por su carácter normativo. Ahora, sin intereses que asegurar, la UE tiene la sensación de estar traduciendo erróneamente esa petición de perseguir intereses en una forma más transaccional de compromiso normativo. Dicho de otro modo, en ausencia de intereses fundamentales, está intentando ser más dura en sus compromisos normativos. Los europeos…