Eugène Ionesco ha sido, a lo largo del último medio siglo, una de las figuras más admiradas y controvertidas de la cultura europea. El escritor –nacido en Bucarest, afincado en París desde el final de la Segunda Guerra Mundial– mantiene en plena actividad su inteligencia crítica y su ironía frente a las certezas oficialmente establecidas. Ionesco acaba de recibir en su casa de París a nuestro colaborador Bernard Bonilauri. Publicamos un resumen de la entrevista.
Bonilauri: En el mes de agosto de 1988 asistió en Italia al estreno de una ópera de la que usted es libretista, sobre la vida y el sacrificio del sacerdote polaco Maximilian Kolbe, muerto en Auschwitz en 1941. Kolbe prefirió morir para salvar la vida de un compañero de cautividad, polaco también, François Gajowiniczec. ¿Cómo surgió el deseo de hacer esta obra?
Ionesco: Hace muchos años que sentía el deseo de escribir sobre el destino de Maximilian Kolbe, pero en el fondo no sabía cómo podía llegar a hacerlo. En cierto modo, me avergonzaba de la insuficiencia de mi fe. Por fin, las circunstancias decidieron por mí, me impulsaron a hacer lo que quería. Tuve, en primer lugar, un encuentro con el compositor Dominique Probst, quien soñaba con escribir una ópera sobre la historia del padre Kolbe; la, dirección de la Opera de París me confió, a principios de los ochenta, la creación de un libreto al que Probst se encargaría de poner música. Nos pusimos a trabajar de inmediato. Pero poco a poco, la dirección de la Opera se desinteresó por el proyecto. A un periodista que me preguntó por las causas de esta nueva actitud de los que habían encargado la obra le respondí: “Hablar de santos y de la divinidad no parece ser de su agrado.” Dominique Probst me animó a continuar…