Los Estados miembros de la UE tienen ya en sus manos el instrumento para poner en marcha una verdadera política de defensa común. La cooperación estructurada permanente establecida en el Tratado de Lisboa permitirá crear el núcleo duro que impulse la Eurodefensa.
El Tratado de Maastricht, de febrero de 1992, creó la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) que sentó las bases de una nueva manera de entender la seguridad y la defensa en Europa. Pero no fue hasta la cumbre franco-británica de Saint-Malo, en diciembre de 1998, cuando París y Londres acordaron trabajar conjuntamente para que la Unión Europea fuera «capaz de desarrollar algunas tareas de seguridad de manera autónoma». Esto abrió la puerta a que en el Consejo Europeo de Colonia, en junio del año siguiente, los jefes de Estado y de gobierno de los países miembros de la UE decidieran que «la Unión debe tener la capacidad de acción autónoma, respaldada por fuerzas militares creíbles, así como los medios para decidir su empleo».
El actual liderazgo semestral español de la UE es una prueba de fuego para ver, más allá de anuncios, titulares y fotos, cuál es nuestro genio actual, nuestra capacidad y nuestro real compromiso con la defensa colectiva de los europeos y sus intereses vitales, desde una referencia genuinamente europea. Sin embargo, la presidencia española parece estar enfocada más a su proyección interna que a la exterior. Además, las grandes cifras económicas de España (paro, déficit, etcétera) no parecen las mejores credenciales para ejercer esa función de liderazgo que se supone a la presidencia rotatoria. Celebraría equivocarme, pero no se perciben buenas razones para ser muy optimista.