Cada pocos años se asienta sobre nuestras economías el fantasma de una “crisis energética”. Desde 1973 han sido cuatro las grandes “crisis”: las cuatro han tenido su origen en el mundo del petróleo; y las cuatro han traído zozobra al sistema económico mundial, salvo la de 1986, que al traducirse en un hundimiento de los precios del petróleo sirvió de pórtico a un período de prosperidad generalizada.
La reciente crisis del Golfo abre de nuevo el tema, lo cual ya es en sí preocupante pues parece que, en cuestión tan crucial como los planteamientos energéticos, nos moviésemos en gran medida empujados por las sacudidas de grandes acontecimientos, en lugar de responder a una línea de acción prolongada a largo plazo. Esos acontecimientos, por su misma magnitud, traen dentro de sí lecciones importantes. A veces lecciones ya conocidas; otras, en cambio, con matices nuevos. Es probablemente significativo que el nuevo programa energético americano ya no se llame “Plan” sino “Estrategia”. En febrero se presentaba la nueva “National Energy Strategy”, lo que indica un planteamiento más amplio de la cuestión.
Quizás la lección más importante de la crisis del Golfo, en su vertiente energética, sea la insuficiencia de los esquemas energéticos tradicionales. Una vez más, y ahora de forma violentísima, se ha mostrado la necesidad de complementar los programas y acciones internos con un entramado de relaciones exteriores que den estabilidad a todo el sistema.
El otro punto que quisiera resaltar no deriva directamente de esta crisis, pero aparece cada vez más relevante. Me refiero a la necesidad de colocar las soluciones a los problemas energéticos dentro de un contexto que examine la interacción con las infraestructuras, el medio ambiente, la calidad de vida en las grandes ciudades, etcétera.
En realidad, estos dos puntos vienen a sugerir la conveniencia de colocar la…