En la sucesión del poder en China está en juego el futuro carácter de la nación y su avance hacia el liderazgo. Xi Jinping es un enigma, pero dentro y fuera del país se reconoce la urgente necesidad de un nuevo impulso a la reforma económica y política.
En la era de Hu Jintao, las políticas económicas y de seguridad nacional han cambiado hasta ser irreconocibles, pero la transformación que se está produciendo en China ha quedado eclipsada en gran parte por las imágenes que predominan en muchas mentes occidentales. Los demócratas maniqueos creen que se está preparando una “revolución del jazmín”. Los gestores de fondos de alto riesgo creen que va a estallar una burbuja gigantesca. Los responsables de seguridad nacional de Estados Unidos piensan que China ha perfeccionado un leninismo de mercado duradero y dinámico que amenaza con aplastar a Occidente. Estas imágenes contradictorias tienen algo en común: no guardan relación con la realidad china, sino que proyectan las esperanzas y los temores de quienes creen en ellas.
Desde 1978 hasta 2002, los líderes chinos (Deng Xiaoping, Hu Yaobang, Zhao Ziyang, Zhu Rongji y Jiang Zemin) fueron carismáticos y decididos. A partir de 2002, China pasó de un liderazgo carismático a un liderazgo institucionalizado. Y hoy los líderes chinos son administradores con aversión al riesgo. Sus predecesores fueron los cosmopolitas chinos. Deng pasó sus años de formación en Francia. Jiang y Zhu desarrollaron sus principales experiencias profesionales en Shanghai, la ciudad más cosmopolita de China. Por el contrario, Hu y su primer ministro, Wen Jiabao, cuyas principales experiencias se desarrollaron en Tíbet y en Gansu, representan la reacción localista contra la globalización al estilo de Shanghai…