La posición del gobierno español en el conflicto de Irak ha tenido un impacto demoledor en las relaciones con la UE, el Mediterráneo y Latinoamérica. ¿Merecía la pena romper el consenso en política exterior para desempeñar un papel instrumental al lado de EE UU?
¿Nos equivocamos la mayoría? ¿Acaso el presidente del gobierno español, José María Aznar, está acertando en la redefinición de la política exterior española y no somos capaces de comprender las profundas razones que aconsejan este cambio? Me he hecho muchas veces estas preguntas y he de confesar que no he encontrado respuestas suficientemente sólidas por parte del gobierno que me hagan comprender cuáles son las motivaciones y las razones últimas que le han llevado, y de manera particular a Aznar, a embarcarnos en la guerra contra Irak.
Las apelaciones a la seguridad, a los riesgos y amenazas globales; la posibilidad de armas de destrucción masiva en manos de grupos terroristas; la inevitabilidad de lo que está aconteciendo en Irak teniendo en cuenta el nuevo diseño del orden mundial impuesto por el actual gobierno de Estados Unidos; la necesidad de apostar fuerte en este momento para convertirnos en un aliado privilegiado suyo del cual obtendremos suculentos retornos en el futuro; la consideración que, con la ampliación, la Unión Europea no será la misma y terminará imponiéndose el modelo atlantista y de libre comercio… son algunas de las razones que hemos escuchado en los últimos meses en un intento de explicar las decisiones tomadas, casi en exclusiva, por Aznar, para imponer un giro radical a la política exterior española, fruto de un consenso de veinticinco años.
La política exterior de un país moderno, serio y fiable debe ser una política de Estado caracterizada por la estabilidad y la permanencia. El acuerdo entre todos los actores de la vida política,…