Las relaciones económicas entre España e Italia desde el fin de la Segunda Guerra mundial, o incluso desde los años sesenta cuando ya se había constituido el mercado común, no han guardado proporción con su potencial económico. Basta un ejemplo: en 1989, Portugal era un mercado para la exportación española equivalente al 66,4% del mercado italiano, actualmente es del orden del 113%. Los 2.900 millones de euros de mercancías españolas vendidas a Italia en aquella fecha se han convertido en 11.700 millones en 2001, pero con Portugal el flujo de exportaciones ha pasado de 1.900 a 13.200 millones de euros.
Visto por el lado de las compras españolas, en 1989 las realizadas en Italia representaban el 72% de las adquiridas en Francia. Sin embargo, en 2000 ya sólo eran el 51%. Si la comparación se realiza con el conjunto de la Unión Europea, las importaciones procedentes de ese área de países se ha multiplicado por 3,3 entre 1990 y 2001, mientras las procedentes de Italia sólo han crecido un coeficiente del 2,9%; también las exportaciones españolas a la UE han aumentado a un ritmo superior al de las dirigidas a Italia. Otras magnitudes como el número de turistas o la inversión exterior confirman el menor dinamismo relativo en las relaciones económicas hispano-italianas.
Por muchas y varias razones, Italia y España han vivido durante muchos años mirándose de perfil. Por el lado español, habría que anotar en el debe el escaso desarrollo industrial y el bajo nivel de efectividad de un aparato productivo necesitado, casi siempre, de la protección contra la competencia de terceros. Ese amparo permanente hacía sospechar al inversor italiano sobre la calidad de su apuesta.
Italia, por su parte, ha sido un país cauteloso a la hora de asumir riesgos transfronterizos y de beligerante proteccionismo frente a la…