La crisis de España y del resto de países europeos con problemas de deuda no podrá resolverse a menos que Alemania lleve a cabo un ajuste de su política económica. Obligar solo a los primeros es una receta para el estancamiento, la inestabilidad y el extremismo.
El 20 de noviembre España votó abrumadoramente para expulsar a los socialistas, quienes en opinión de la mayoría han administrado mal la crisis financiera. Un país desesperado que no se ha recuperado del alto nivel de desempleo expresó su deseo de un nuevo gobierno y un nuevo conjunto de líderes que solucionen los problemas de la economía del país. Es probable, sin embargo, que en dos años el Partido Popular sea tan impopular y sufra tantas críticas como los socialistas en noviembre. El expresidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, solo tenía en verdad dos alternativas, ambas difíciles de digerir. O bien España acepta el estancamiento del crecimiento económico y unos niveles de desempleo del 20 por cien durante muchos años, o bien abandona el euro. Por desgracia, Mariano Rajoy tiene exactamente las mismas dos opciones.
Los costes y salarios españoles han sido poco competitivos durante casi una década y la única manera para que el país creciera fue mediante un aumento del crédito nacional, que se amplió al sector de bienes no comercializables, en su mayor parte las propiedades inmobiliarias y el consumo. Pero desde la crisis de 2007-08, España ya no es capaz de mantener un aumento del crédito y ahora no tiene más remedio que ajustar los costes y los salarios nacionales a la baja. Puede hacerlo de dos formas: obligar a los trabajadores a aceptar unos niveles elevados de desempleo durante muchos años a medida que los salarios se reducen o abandonar el euro y devaluar su moneda.
Es probable…