POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 219

El rey Felipe VI y el expresidente Barack Obama contemplan el “Guernica”, la creación más icónica de Pablo Picasso, en el Museo Reina Sofía. (Madrid, 7 de julio de 2018). GETTY

España-EEUU: el potencial de la relación bilateral

Reforzar la relación bilateral con Estados Unidos no solamente es clave para España, sino que también es compatible con otros cauces transatlánticos y multilaterales.
Carlota García Encina
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Habría que remontarse hasta 1778 para hablar del comienzo de las relaciones bilaterales hispano-estadounidenses. Entonces, España ofreció asistencia militar y financiera a la emergente nación durante su guerra de independencia. Desde ese momento, la relación fue fluida e intensa, según la época y los vaivenes de la historia. Más recientemente se ha ido adaptado a la situación interna de cada uno de los países y también al clima internacional, desde el final de la Guerra Fría a los atentados del 11-S, pasando por la guerra de Ucrania y la rivalidad con China, sin dejar de lado el grado de sintonía política entre gobiernos. La relación ha evolucionado, corrigiéndose errores del pasado, disminuyendo las diferencias y aumentando los objetivos comunes.

“Somos amigos, socios y aliados” es la frase recurrente para todo funcionario de alto nivel estadounidense y español cuando se le pregunta sobre la relación bilateral. Somos amigos porque la relación está basada en la confianza mutua y el respeto. Y sin duda España forma parte del listado de aliados de los estadounidenses. Ser aliados implica reciprocidad, o lo que es lo mismo, un cierto nivel de obligaciones mutuas, de intereses compartidos y de responsabilidades conjuntas. Sin ser excesivamente rigurosos, y teniendo en cuenta la asimetría estructural que existe en la relación de cualquier país con una potencia como Estados Unidos, ambos países cumplen.

 

Un repaso histórico

La firma del Convenio de Cooperación para la Defensa de 1988 entre España y Estados Unidos es la base de la actual relación bilateral y lo que nos define como aliados. Para Estados Unidos, la integración de España en la OTAN, el posterior referéndum y la adhesión a la Comunidad Económica Europea fueron los elementos clave. España, por su parte, buscaba un equilibrio en lo que hasta entonces se percibía como una relación de excesiva dependencia desde la firma de los Pactos de Madrid de 1953.

Con limitadas capacidades, España empezó una nueva andadura como aliado aprovechando además que el foco de atención y de tensión internacional se había desplazado a la amplia zona que va desde el norte de África hasta Asia central tras el colapso de la URSS. Había, además, una buena sintonía política entre las administraciones, lo que llevó a una fase de estabilidad y de buen entendimiento, evidenciada con la celebración de la Conferencia de Paz en 1991 en Madrid y en el apoyo estadounidense a Javier Solana como candidato a secretario general de la OTAN.

La buena sintonía continuaría con el nuevo gobierno español que saldría de las elecciones de 1996, y la celebración, un año después en Madrid, la cumbre de la Alianza Atlántica, un espaldarazo a un aliado emergente teniendo en cuenta que España aún no formaba parte de la estructura militar integrada de la OTAN.

Una nueva administración norteamericana llegaría a la Casa Blanca tras las elecciones de 2000. George W. Bush, buscaría enfocar sus relaciones con la Unión Europa de manera más amplia y diversificada y no sistemáticamente a través de Francia, Reino Unido y Alemania. Y España podía formar parte de ese nuevo foco.

En enero de 2001, antes de que Bill Clinton abandonara la Casa Blanca, ambos países firmaron una Declaración Conjunta donde se reconocía, entre otras cosas, la contribución militar de España en los Balcanes. Esta declaración inspiraría la posterior reforma al Convenio introducida en 2002 y que reincorporaba los aspectos políticos, culturales y científicos a la relación bilateral, además de una mención especial a la lucha contra el terrorismo.

Precisamente los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos llevaron al gobierno español a estrechar aún más la relación bilateral y a alinearse con su política internacional. La lucha contra el terrorismo y la participación militar en Afganistán proporcionaron una ocasión para demostrar su adhesión incondicional. Pero fue la guerra de Irak en 2003, con la división de los aliados europeos respecto a la decisión de Estados Unidos de intervenir y el posicionamiento incondicional de España con Washington, la confirmación plena del atlantismo del entonces gobierno español.

Un nuevo gobierno socialista llegaría a La Moncloa en 2004 y rompería radicalmente con ese atlantismo a nivel político, no sin polémica, pero al mismo tiempo abriría las puertas a nuevas formas de cooperación con Estados Unidos. Los intereses en común de seguridad y defensa convergían por lo que se hizo frente conjuntamente a las amenazas comunes y asimétricas, además con un creciente hincapié en el norte de África y África occidental, donde los norteamericanos solían destacar que España era de los pocos países con “botas en el terreno”.

Ya entonces empezaba a ponerse de manifiesto el redescubrimiento de las empresas españolas del mercado norteamericano, invirtiendo sobre todo en banca y energías renovables, mientras que las compañías de construcción comenzaban a ganar importantes contratos. Fue tras la crisis financiera de 2007-2008 cuando las empresas españolas miraron con más determinación hacia el otro lado del Atlántico. Se incrementó de forma vertiginosa la inversión directa española en el país americano hasta llegar a superar a la inversión directa de Estados Unidos en España. La energía, las finanzas, la metalurgia, las manufacturas, la construcción, el transporte y las infraestructuras, entre otros sectores, eran los protagonistas de una relación que se ampliaba.

 

Obama y la plena normalización

La elección de Barack Obama como nuevo inquilino de la Casa Blanca en 2008 cambiará de nuevo el clima político de las relaciones bilaterales, permitiendo su normalización plena, incluso a nivel presidencial. El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero negoció la segunda modificación del convenio de defensa de 1988 –que firmaría su sucesor en 2012, para el despliegue de cuatro destructores Aegis en la base naval de Rota. La nueva reforma del Convenio era un salto cualitativo en las relaciones, un cambio de envergadura. El acuerdo supuso además la integración de España en la aportación norteamericana al escudo antimisiles de la OTAN.

Pero el principal dilema al que se debía enfrentar el gobierno de Mariano Rajoy era el de conciliar sus compromisos internacionales, muy valorados por Estados Unidos, con la necesidad de recortar el coste de las misiones dada la situación de la economía española. Se redujo el tamaño de los contingentes, pero se continuó con todos los compromisos porque se entendió que era un elemento clave para la credibilidad de un país como aliado. Y así, se aceptó desplegar una batería Patriot en Turquía, a petición el secretario general de la organización y del secretario de defensa estadounidense, cuando ningún aliado parecía dispuesto a ello, un gesto que aún hoy Estados Unidos sigue reconociendo a España. En 2015, además, se firmó un tercer protocolo de enmienda al Convenio para autorizar el incremento de efectivos estadounidenses en España.

Cuando en 2016 Donald Trump ganó las elecciones en EEUU, a pesar de la inquietud que generó su elección, las relaciones bilaterales con Estados Unidos se caracterizaron por la continuidad y el buen tono en sus primeros dos años. Las reuniones y visitas de alto nivel continuaron y los destructores de la Marina de Estados Unidos con base en Rota participaron en los ataques a Siria en abril de 2018, a los que España prestó apoyo logístico. Pero la llegada de un nuevo gobierno socialista a España en 2019 empezó a tener cierto impacto en la relación por la poca sintonía política, en buena parte porque la administración estadounidense atacaba los principios y valores que definían la política exterior española, como la defensa del multilateralismo y la integración europea. La agresiva política arancelaria de la administración estadounidense y, en general, su transaccionalidad llevó a una verdadera falta de confianza entre las partes.

Tras cuatro años de Administración Trump y una pandemia que paralizó el mundo, muchos aliados acogieron con gran satisfacción la llegada del presidente Joe Biden a la Casa Blanca, renovando el apoyo de Estados Unidos a la OTAN y dando prioridad a las consultas y a la cooperación con la Unión Europea. Una oportunidad única para abrir un nuevo capítulo en las relaciones entre Bruselas y Washington. España no perdió la oportunidad para volver a situarse como aliado fiable de Estados Unidos y se recuperó la confianza entre las partes.

El estallido y desarrollo de la guerra en Ucrania, así como la celebración de la Cumbre de la OTAN en Madrid, fueron aprovechados por el gobierno de Pedro Sánchez para dar un impulso a la relación bilateral. La inmediata respuesta política, la colaboración y asistencia militar, y la ayuda económica y humanitaria a Kiev fue agradecida por Washington. España demostró ser un aliado solidario y responsable de la OTAN y de un miembro de la UE plenamente comprometido con la defensa de sus valores e intereses, a pesar de que antes del conflicto la relación bilateral con Ucrania no era intensa y de que la distancia geográfica podía determinar una menor percepción de la amenaza rusa.

 

Declaración conjunta de junio del 2022

La respuesta española en apoyo a Ucrania también tuvo su peso en la Declaración Conjunta firmada en los márgenes de la Cumbre de Madrid de junio de 2022.

Fue la primera declaración conjunta entre España y Estados Unidos en más de veinte años la última fue en 2001, lo que ya era un hito. La nueva declaración se proponía intensificar la cooperación en seguridad, incluyendo la lucha antiterrorista, el narcotráfico y la trata de personas, así como la ciberseguridad y el ciberespacio. En ella también se apostaba por promover una migración segura, ordenada y regular, tanto en América Latina como en el Norte de África, la lucha contra el cambio climático en el marco del Acuerdo de París, así como la mejora de la seguridad energética y del suministro de minerales críticos, promoviendo cadenas de suministro resilientes. Asimismo, se recogía la pretensión de una mayor cooperación en el ámbito comercial, fiscalidad empresarial y en el terreno digital, científico y tecnológico.

La declaración abría de forma muy clara la cooperación a muchos más ámbitos y por lo tanto buscaba ampliar y diversificar la relación. La única clara concreción de la declaración fue la relativa a la defensa, se confirmó el reforzamiento de la presencia militar en la base naval de Rota con dos nuevos destructores de Estados Unidos que se sumarían a los cuatro ya establecidos en la base. Se hacía así oficial el deseo de la Marina estadounidense de aumentar el número de efectivos y se disiparon por completo las dudas sobre el valor de Rota que surgieron tras las noticias sobre la posibilidad de que Marruecos hubiera ofrecido a Estados Unidos su base naval de Alcazarseguir en sustitución de Rota, sobre todo en el verano del 2021. Marruecos es desde hace años un importante socio y aliado de Estados Unidos, con el que ha logrado alcanzar una gran interoperabilidad. No se trata, por tanto, de un juego de suma cero y Rota continúa siendo un elemento clave para el Pentágono para acceder a zonas críticas y garantizar su sistema logístico.

La nueva declaración conjunta abarcaba una agenda muy amplia que había que concretar, aunque algunos pasos ya se habían comenzado a dar. En mayo del 2022 se celebró la primera reunión del grupo de trabajo España-Estados Unidos sobre Centroamérica como clara muestra de voluntad de ambos por colaborar en asuntos globales, y dentro de un nuevo impulso que parecía que emergía para colaborar en América Latina buscando sinergias.

Poco después, el gobierno español quiso volver a dar un empujón a la relación bilateral aprovechando la presidencia española del Consejo de la UE en el segundo semestre de 2023. Ya en mayo, Pedro Sánchez viajó a Washington para reunirse con el presidente Biden y subrayar de nuevo el apoyo inquebrantable a Ucrania. Hablaron de los esfuerzos para promover la prosperidad, la seguridad, los valores compartidos y el orden internacional basado en normas, y se comprometieron de nuevo a profundizar en la cooperación económica en el continente americano a través del Banco Interamericano de Desarrollo.

También discutieron las vías para ampliar el alcance de la cooperación bilateral tanto en la lucha contra la crisis climática como en materia de seguridad energética. Para ello, España y Estados Unidos colaborarían en la lucha contra la desertificación en el marco de la International Drought Resilience Alliance (IDRA); España se sumaría a la iniciativa estadounidense Net Zero Government (NZGI), que compromete a los países a lograr emisiones netas cero en las operaciones gubernamentales para 2050; y Estados Unidos dio la bienvenida a España en el Comité Directivo Ejecutivo de la Blue Dot Network, uniéndose a Japón, Australia y Reino Unido, una iniciativa que refuerza la cooperación en materia de desarrollo de infraestructuras sostenibles e inclusivas. España, además, se comprometió a profundizar la cooperación en ciencia y tecnología a través de los Acuerdos Artemis sobre el uso responsable del espacio exterior y una nueva asociación entre la NASA y la agencia espacial española.

La afinidad ideológica, el apoyo al Ucrania y el claro refuerzo de la relación bilateral sintetizan la buena marcha de la relación con Estados Unidos en los últimos años. Pero también aparecieron algunos escollos. La guerra entre Israel y Hamás pareció distanciar a los dos aliados sobre todo por la respuesta de Israel a los ataques del 7 de octubre y su dura ofensiva en Gaza. España, además, decidió quedarse al margen de la operación internacional liderada por Estados Unidos en el Mar Rojo tras los ataques de los hutíes a buques comerciales que transitan por la zona, hasta que no hubiera un alto el fuego en Gaza. Sin embargo, Estados Unidos ha aprendido a respetar las sensibilidades de cada uno de los países, y también los de España y los de su opinión pública. Estos últimos acontecimientos no han enturbiado y no van a enturbiar la relación bilateral.

 

Una alianza complicada

España y Estados Unidos tienen similitudes que les reafirman como aliados. Cuentan con una vocación atlántica común –que no tiene por qué ser incompatible con que Estados Unidos tenga también una vocación pacífica y España una mediterránea y europea que se materializa en la relación transatlántica, principalmente a través de la OTAN, y en la convergencia de amenazas y retos a la seguridad y defensa como la lucha contra el terrorismo y la preocupación por la inestabilidad en el Sahel. La diferencia está en que Estados Unidos tiene el instinto y las capacidades necesarias para hacer uso de la fuerza, apoyándose en sus valores e intereses como justificación, y no siempre dentro de las estructuras multilaterales. No hay que olvidar que tiene una concepción de sí mismo de gran potencia gracias a su posición geográfica, y una enorme capacidad de proyección de fuerza, todo ello impregnado por el recurrente “excepcionalismo”.

Por su parte, España se apoya más en estructuras multilaterales como la OTAN y la UE para legitimar sus políticas de defensa frente a sus sociedades, y que hasta ahora ha gastado menos de lo necesario para garantizar su seguridad. La crítica al bajo esfuerzo presupuestario de España en defensa aunque esté presente en casi todos los mandos de las rotaciones de las fuerzas de respuesta y superando el objetivo del 20% establecido por la Alianza en cuanto a equipamiento militar forma parte de la crítica generalizada y repetida de las administraciones estadounidenses. Esto no va a poner en peligro la relación bilateral con Estados Unidos en general, y la de defensa en particular.

España mantiene el esfuerzo que lleva haciendo desde hace décadas y sigue siendo un socio y aliado fiable, evolucionando de las primeras contribuciones a las operaciones militares de los años 80-90 a una aportación más cualificada y diversificada. Su participación en la operación de evacuación de las tropas estadounidenses en Kabul en agosto del 2021 ha sido uno de los últimos gestos enormemente valorado por Washington, así como su compromiso con los planes de respuesta aprobados por la OTAN tras la invasión rusa de Ucrania. España y Estados Unidos también mantienen una cooperación estable y estrecha en la lucha contra el terrorismo que se desenvuelve con considerable autonomía respecto de los cambios que puedan producirse en la orientación política de uno y otro país, o a eventuales oscilaciones en el conjunto de las relaciones bilaterales.

 

«Afinidad ideológica, apoyo a Ucrania y refuerzo de la relación bilateral sintetizan el buen entendimiento con EEUU en los últimos años»

 

El pilar de seguridad y defensa es, por tanto, esencial para la relación y el principal elemento de continuidad. Sin embargo, este ámbito privilegiado no se ha traducido en una asociación estratégica entre Madrid y Washington a pesar del enorme avance en los últimos dos años. Y también, al contrario: la falta de “anclaje” en el nivel político-estratégico ha llevado a una fijación en el nivel militar y de seguridad, lo que ha repercutido en nuestro papel como aliado. Esto contrasta con otros países como el Reino Unido y Francia que, además de mantener unas excelentes relaciones con Estados Unidos a nivel militar y de seguridad, cultivan las bases político-estratégicas de su relación bilateral con la superpotencia.

Si bien el nivel militar y de seguridad es clave, la rentabilidad política de dicha cooperación y la capacidad de un país para ejercer influencia sobre Estados Unidos depende, en última instancia, de la confianza política.

 

Falta de anclaje

Esta falta de “anclaje” en el nivel político-estratégico se puede deber en parte a que no existe una percepción clara de España en EEUU, salvo en determinadas capas sociales y políticas y, en buena medida, debido a la escasez de diáspora española. Las noticias sobre nuestro país en los medios de comunicación estadounidenses son relativamente escasas, lo que lleva a cierto desconocimiento del país y condiciona, por tanto, su imagen como aliado. Quizás porque, tal y cómo se suele subrayar, España no es una prioridad para Estados Unidos, aunque tampoco un motivo para ser un problema, lo que al final implica tener una visibilidad relativamente reducida. A pesar de ello, la valoración de España ha mejorado paulatinamente en los últimos años.

Por otro lado, además de la poca percepción de España, aunque ésta sea buena, no debemos olvidar que Washington como aliado no es fácil, más allá de la asimetría mencionada. No solo la disparidad entre las instituciones políticas de ambos países obstaculiza en ocasiones el reforzamiento de los vínculos, sino que navegar, entender y trabajar con el Congreso de Estados Unidos también requiere voluntad y recursos si se quiere elevar la visibilidad. De nuevo, los países con una diáspora importante pueden contar con algunos simpatizantes entre los representantes o senadores de origen europeo, a diferencia de España.

También la pertenencia de España a la Unión Europea es un elemento clave en esta falta de anclaje, y quizás el elemento más destacable de la actual relación bilateral. Ser un Estado miembro de la Unión Europea ha obligado a un reajuste de la relación de Madrid con Washington y, de alguna manera, ha diluido su rol de aliado bilateral para ser visto principalmente como un aliado europeo.

Recordemos que en el siglo pasado Madrid cedió el control de su política comercial y monetaria a la Unión Europea, sin olvidar que las cuestiones militares se comenzaron a compartir con la OTAN. Como consecuencia, los problemas surgidos en las relaciones hispano-estadounidenses empezaron a ser de naturaleza cada vez más multilateral, así como sus soluciones. La Unión Europea ha logrado, no sin esfuerzo, ser percibida tanto en la Casa Blanca como en el Pentágono como un actor internacional relevante. A ello se suma la creciente vocación europeísta de España de las más altas, sino la que más, entre los Estados miembros, que nos ha ido impulsando a contemplar a Estados Unidos a través de un prisma casi exclusivamente europeo y a alinear, en la medida de lo posible, nuestra relación bilateral con la que desarrolla Bruselas.

Curiosamente, durante años Estados Unidos apostó por reforzar la relación bilateral sobre todo tras la recuperación económica reclamando a Madrid un liderazgo en Europa que le resultara provechoso. Desde su punto de vista, España contaba con todas las papeletas para sobresalir frente a otros países europeos: somos atlantistas, mediterráneos, europeos, firmes aliados de la OTAN y comprometidos con los retos transnacionales. Sin embargo, España no supo o no quiso aceptar esa apuesta y prefirió continuar llevando la relación con Estados Unidos cada vez más por el cauce Bruselas-Washington, restándole potencial a lo bilateral. Esa creencia en España que se repite una y otra vez de que no somos una prioridad, pero tampoco un problema para los gobiernos estadounidenses, nos ha llevado a conformarnos, a no tratar de hacer más visibles nuestros intereses en Washington y a no trabajar en una visión más estratégica de la relación bilateral. Y esto será cada vez más importante porque la relación se amplía e incorpora nuevas dimensiones más allá del ámbito de la defensa y seguridad, y en un entorno internacional que cambia a marchas forzadas. Estamos, además, ante la que presumiblemente sea la última administración estadounidense verdaderamente europeísta.

 

El futuro

La defensa seguirá siendo el principal pilar y el elemento de continuidad en la relación bilateral con Estados Unidos, y Rota se mantendrá como elemento clave para el Pentágono. El valor estratégico de la base aeronaval no va a cambiar en el medio plazo, continuando con la consolidación de sus atributos geoestratégicos en la defensa antimisiles y en la proyección de fuerzas anfibias, navales y fuerzas especiales.

La guerra en Ucrania y la creciente inestabilidad en Oriente Medio no hacen más que confirmar su relevancia. Este privilegiado ámbito de la relación además ya se está adaptando a los crecientes cambios tecnológicos –imprescindibles para continuar interoperando en el terreno, ampliando la densidad de la relación en el ciberespacio, en la inteligencia artificial, el espacio exterior y en las iniciativas con las empresas privadas.

El desarrollo futuro de la industria de la defensa española, su capacidad para acceder al mercado estadounidense, sin olvidar los posibles avances en materia de “autonomía estratégica” europea, también serán claves.

España sigue siendo, por lo tanto, estratégicamente importante para Estados Unidos en el ámbito de la Defensa, mientras que en ámbito económico Estados Unidos es claramente estratégico para España.

Las relaciones económicas bilaterales, que llevan siendo excelentes muchos años, atraviesan uno de sus mejores momentos. La buena sintonía política entre ambos países en los últimos años ha contribuido a reforzar unos flujos comerciales e inversores que llevaban creciendo con fuerza más de una década, siendo el mercado estadounidense el principal destino inversor para España tras la Unión Europea y América Latina.

Al tratarse de un mercado cada vez más dinámico, con una renta per cápita muy elevada y que cuenta con enormes cantidades de dinero públicas que se están inyectando en la economía a través de tres grandes paquetes legislativos Inflation Reduction Act (IRA), Chips Act, Infrastucture Investment and Jobs Act– se puede prever que el stock inversor español continúe creciendo. Estas subvenciones a infraestructuras, transición energética y tecnología reflejan un proteccionismo económico que no se ve siempre con buenos ojos en Bruselas.

Pero las fricciones introducidas principalmente por el IRA afectan mucho menos a España que a otros países europeos, al tiempo que se van despejando las negociaciones entre la Unión Europea y Estados Unidos para solventarlas. Hay, por lo tanto, grandes oportunidades para las empresas españolas ya establecidas en el país con énfasis en el sector de la tecnología de la información, de la economía digital y de la energía verde.

 

Lo digital y las renovables

La defensa y la economía ponen de manifiesto que las cuestiones digitales son cada vez más importantes en la relación entre España y Estados Unidos, reflejando tendencias globales más amplias en las que la transformación digital es fundamental. Ambos países reconocen la importancia de la ciberseguridad para proteger sus economías y su seguridad nacional y colaboran en diversas iniciativas. España, además, se ha comprometido activamente con empresas e inversores estadounidenses para impulsar su propia economía digital. Esto incluye asociaciones en sectores como las telecomunicaciones, las tecnologías de la información y los servicios digitales. Y ambas naciones participan en esfuerzos conjuntos de investigación y desarrollo. Tal y cómo está avanzando el conocimiento, la ciencia y la innovación constituyen un ámbito en el que es imprescindible la colaboración entre centros españoles y estadounidenses. De hecho, la colaboración científica entre España y Estados Unidos está en constante crecimiento, y se refleja en el aumento continuo de la producción científica en coautoría a lo largo de los últimos años.

También hay que destacar que dentro de la mejora de las relaciones económicas ha crecido la relación energética de forma considerable, tanto en comercio como en inversiones. Durante las últimas dos décadas, la relación energética se ha desarrollado de forma complementaria: Estados Unidos se ha posicionado con sus exportaciones de gas natural licuado como un actor destacado en la seguridad energética española, mientras que España se ha convertido en un importante inversor en el sector energético estadounidense. Pero quizás el vector con mayor potencial en este ámbito de la relación lo componen las energías renovables.

América Latina es otro elemento a tener en cuenta. Por lo general, Madrid ha procurado no posicionarse ante las iniciativas estadounidenses hacia la región. La idea era que España no podía depender de Washington a la hora de desplegar su presencia en América Latina, aunque debía tener en cuenta los intereses de Estados Unidos en la región. No olvidemos que está mucho más lejos de Europa que de Estados Unidos. Para ambos gobiernos siempre ha sido importante conocer la posición del otro, incluso los puntos de discrepancia, lo que ha llevado a una relación fluida y a constantes consultas sobre las respectivas agendas. Pero hasta muy poco no habían existido ámbitos de coordinación tangibles: casi un año después de la firma de la Declaración Conjunta, España firmó un acuerdo para participar, junto con México y Canadá, en el programa de EEUU para ofrecer vías de migración legal a las personas que intentan emigrar desde países de América Central y del Sur. España ha comenzado, por tanto, a colaborar en el ámbito migratorio en relación con América Latina, todo un hito en la relación bilateral y con muchas perspectivas de futuro.

 

La realidad cambiante de EEUU

Para Estados Unidos, España ha sido durante muchos años más aliado de lo que parece y menos de lo que debería. En España, la politización que a veces se ha hecho de la relación con Estados Unidos ha significado, en ocasiones, un paso atrás en su consideración como aliado, desestimando la idea de que Washington nos debe importar por su peso y trascendencia internacional, más allá de la afinidad política con el gobierno en la Casa Blanca. En otras ocasiones, la ausencia de España de la agenda política estadounidense ha tenido más que ver con las prioridades de la presidencia estadounidense que con cualquier desencuentro bilateral. Y si bien nuestra pertenencia a la Unión Europea y a la OTAN nos refuerza como aliados frente a Estados Unidos, la ausencia en otras instituciones, como el G7 o el G20 (aunque hoy España es un invitado permanente), sitúa a nuestro país por debajo de otros aliados que sí pertenecen.

Por otro lado, la incertidumbre sobre Estados Unidos y su futuro no debe impedir que España continúe buscando los canales adecuados para que la relación exclusivamente bilateral sea más intensa. Estados Unidos ha vivido grandes cambios coyunturales por la adaptación del país a las grandes transformaciones de los últimos 20-30 años en ámbitos como el tecnológico, el demográfico, el financiero y hasta en cómo se luchan las guerras. Su liderazgo tampoco es el mismo no solo porque él ha cambiado sino porque el mundo es muy diferente, con crecientes nacionalismos, un receso de la democracia, multitud de amenazas y una creciente rivalidad con China. Sus principales desafíos son ahora domésticos, chocando en ocasiones las prioridades internacionales.

De ahí que Estados Unidos hoy en día no defienda de forma inequívoca las prácticas comerciales liberales, y proteja en primer lugar a sus consumidores y a sus empresas. A pesar de que a partir de ahora toda administración estadounidense mirará mucho más hacia dentro que hacia afuera, Estados Unidos seguirá manteniendo una posición preeminente en el mundo con el gran reto de su cohesión política y social. Su agrietamiento generará dudas sobre su capacidad de seguir jugando un papel constructivo y estabilizador en el orden internacional.

Teniendo en cuenta estas tendencias, el objetivo de España debe ser satisfacer todo el potencial que tiene y no conformarse con ser un socio más de la lista de los aliados estadounidenses, a pesar de la asimetría estructural en la relación. De hecho, el futuro de una relación exclusivamente bilateral se debe mirar con creciente optimismo.