Las empresas y muchos ciudadanos están encontrando fuera de España una fórmula para sobrevivir y prosperar. Quizá la crisis sea al final un revulsivo a la introversión de un país que, pese a su transformación, ha seguido mirando desde dentro al exterior.
La internacionalización está demostrando ser una de las vías de salida de la crisis económica en la que se encuentra inmersa España. Este proceso de apertura al exterior, que comenzó con el acceso a las estructuras occidentales durante la Transición, fue respaldado por algunos medios de comunicación que abogaron intensamente por la inserción del país en la realidad europea y mundial, y continuó con la creación de un pequeño, pero importante, grupo de grandes multinacionales españolas a finales de los años noventa. Fue también acompañado, más tarde, por el nacimiento de diversas organizaciones –think tanks, fundaciones, asociaciones– que elevaron el nivel de conocimiento y debate sobre las grandes cuestiones globales.
Sin embargo, dicho proceso no parece haber terminado de permear a la sociedad. La modernización vivida por el país no se ha visto acompañada, al menos en la misma proporción, por un cambio en la mentalidad de los ciudadanos en su relación con el mundo. Sigue siendo generalmente aceptado que la nuestra es una sociedad “cerrada”. La bonanza económica de los primeros años 2000 no hizo sino ralentizar ese proceso de cambio, generando una sensación de autocomplacencia por los logros adquiridos. La crisis, no obstante, está sirviendo de catalizador para transformar las actitudes colectivas y convencer a los españoles de su papel como ciudadanos globales.
Una sociedad aislada
Desde principios del siglo XX, la sociedad española se encerró en sí misma. La pérdida definitiva del imperio colonial en el desastre del 98 fue el detonante que la sumió en un estado general de depresión y abatimiento, agravado…