La renovación de las élites, una nueva conciencia nacional y el paso de un vínculo político y cultural a una compleja red de relaciones económicas y empresariales han trastocado la posición de España en América Latina. Adaptarse al nuevo escenario exige conocer los cambios.
Al igual que sus antecesores, el presidente del gobierno de España, Mariano Rajoy, ha señalado directamente y por medio de los responsables del ministerio de Asuntos Exteriores que América Latina es una de las prioridades de su política exterior. Las declaraciones no parecen ser el simple cumplimiento del protocolo de incorporar lo que, se supone, es uno de los ejes de la política exterior española, en tanto que política de Estado. Esta preocupación parece sincera, ya que se trata de la única región del mundo que tiene una secretaría de Estado que se encarga de ella dentro del organigrama del gobierno.
Considerar América Latina como una zona de interés o influencia está tan interiorizado en el imaginario de la clase política española que parece que ya ninguno se pregunta por qué. No cabe duda que la raíz del vínculo está en la historia compartida, en la conquista y colonización de América que duró más de 400 años si usamos como referencia 1492 y 1898. A eso se suman los flujos migratorios de ida y vuelta por razones políticas o económicas, y el hecho de formar parte de una de las comunidades lingüísticas más grandes –y en parte también, culturales– del mundo, si se tiene en cuenta el número de países que la componen. A esta lista de razones hay que sumar los intereses de las empresas españolas en la región que últimamente aparecen como el principal sustento del “vínculo especial”, aspecto que aparentemente daría un tinte de racionalidad de base económica a las relaciones entre España…