Sin duda, conviene recordar que Siria es cuna de civilizaciones varias veces milenarias. Este país ha visto surgir las ciudades más antiguas del mundo y la invención de las escrituras alfabéticas. En su territorio se han sucedido también diversas civilizaciones que van desde los acadios babilonios hasta los árabes musulmanes pasando por los persas, los griegos y los romanos bizantinos.
Además, Siria ha visto cómo se incluían en la lista del Patrimonio de la Unesco varias de sus ciudades y monumentos históricos, representativos de diversos periodos, entre los que se encuentran Alepo, Palmira, la antigua ciudad de Damasco, Maloula, Bosra (Ver Sitios considerados Patrimonio Mundial de la Unesco y sitios inscritos en la lista indicativa).
Este rico patrimonio cultural ha sufrido en los últimos tiempos los daños colaterales causados por la guerra. Podría llegar a desaparecer en cualquier momento, y para siempre, ante nuestros ojos.
¿Quién podría haber imaginado que este pueblo tan refinado y culto pudiera sufrir y experimentar tal atrocidad y decadencia desde abril de 2011, fecha de la rebelión contra la dictadura del régimen del clan Al Assad? Lo más sorprendente de todo es que esta guerra, que está lejos de terminar, se está desarrollando ante la indiferencia de la comunidad internacional y las grandes potencias, preocupadas únicamente por la cuestión yihadista.
A los sirios, por ejemplo, les habría gustado ver, ante su tragedia humanitaria y el riesgo que corre su patrimonio, la misma reacción, la misma indignación y el mismo apoyo y solidaridad mundial que los que se observaron en París el pasado mes de abril, después del incendio de Notre Dame. Se recaudaron mil millones de euros en 48 horas, donados para la reconstrucción del techo y la aguja de la catedral de París que encarna, al igual que la herencia siria para los sirios,…