«Estamos en una guerra sanitaria”, afirmó sin paliativos el presidente francés, Emmanuel Macron, el 16 de marzo. Al día siguiente, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, se unió al símil: “Es una guerra al virus”. Muchos otros países se enfrentan en estos términos bélicos a la crisis del Covid-19. Las guerras son situaciones en las que los datos y la ciencia han contribuido históricamente a la victoria. Pero sería un grave error aceptar esta comparación.
En una pandemia, como en una guerra, obtener datos y operar con ellos es vital: para saber el daño sufrido, cómo de efectiva es la ofensiva, cómo distribuir los recursos disponibles o predecir necesidades. Más aún, es en tiempos de guerra cuando se han producido muchos avances revolucionarios en ciencia y tecnología. Los productos de higiene femenina y los desarrollos en aviación, las transfusiones de sangre o el uso de la electricidad aparecieron durante la Primera Guerra Mundial. El radar y el tremendo avance en física atómica y cuántica surgieron durante la Segunda. En una pandemia, como en una guerra, sabemos que necesitamos priorizar recursos en datos, ciencia y tecnologías tanto para superar la crisis como para minimizar muertes y sufrimiento.
La metáfora de una pandemia como una guerra, aunque útil, puede ser muy peligrosa. Entendemos que en una guerra ciertas libertades desaparecen, como la libertad de movimiento, libertad de no ser observado ni controlado constantemente. En una pandemia, como en una guerra, entendemos la necesidad de cuarentena y de no poder moverse con libertad. Pero sería un error hacer víctimas de la pandemia a nuestra democracia, nuestra privacidad, nuestro sistema de control y supervisión de poderes de los poderes públicos. Para conseguir y defender estos derechos sí se han llegado a librar guerras.
Si nos dan a elegir entre privacidad o salud, obviamente…