En 1989 los europeos parecen estar decepcionados, algo que el autor atribuye a los sucesos vividos en los últimos cuatro años, que no han hecho nada por distinguir entre la vieja Europa y la que surge en los primeros noventa. Entre otras conclusiones aquí se afirma que el tratado de Maastricht ha hecho más por dividir el continente que por unificarlo.