América Latina y la UE no han estado a la altura de las expectativas de la ‘asociación estratégica birregional’ lanzada en 1999. Ambas regiones parecen hoy más distantes en cuanto a sus valores comunes como la democracia, la integración o la cooperación.
Ante los cambios que introduce el Tratado de Lisboa, la presidencia española de la Unión Europea es probablemente la última oportunidad para “europeizar preferencias de un Estado miembro” y fortalecer las relaciones con América Latina. Quizá por ello, la presidencia española ha querido tener un marcado “carácter iberoamericano”, cuya principal expresión será la VI Cumbre Unión Europea-América Latina y el Caribe del 18 de mayo en Madrid. Sin embargo, en los últimos años, los cambios en el contexto internacional y en ambas regiones reclaman que se modifique una relación que aún refleja supuestos de los años noventa. En sus orígenes, las relaciones UE-América Latina respondieron a un triple desafío: paz, democracia y desarrollo. En la actualidad, esos tres objetivos siguen vigentes, pero se plantean de forma distinta. La paz y la seguridad demandan una cooperación más intensa en torno a una violencia transnacional que ha llevado a América Latina a las peores tasas de criminalidad del mundo. La agenda de la democracia se extiende hoy al ejercicio de una ciudadanía efectiva, incompatible con la exclusión social, además de la plena vigencia de derechos civiles y políticos, aún incompleta o de nuevo en riesgo en varios países de la región. El desarrollo exige mayor atención a las condiciones de países de renta media en los que resulta disfuncional la clásica cooperación al desarrollo Norte-Sur. En ese esfuerzo de renovación, tanto España como la UE se enfrentan a importantes dilemas y riesgos: ¿Cómo promover esos objetivos sin agravar las fracturas políticas e ideológicas que atraviesan la región? ¿Cómo combinar una…