POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 221

XVI Cumbre de los BRICS en Kazán, Rusia, el 23 de octubre de 2024. GETTY.

En lo que Occidente se equivoca sobre el resto

Brasil, China e India compiten por liderar los países en desarrollo. Occidente debe tener en cuenta que las dinámicas específicas dentro y entre las naciones de África, Asia y América Latina determinarán su futuro político más que su identidad como grupo.
Comfort Ero
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No hace tanto, los responsables políticos de Washington y otras capitales occidentales apenas pensaban en la posibilidad de que el resto del mundo pudiera tener opiniones distintas a las suyas. Había algunas excepciones: los gobiernos que Occidente consideraba “buenos socios” –es decir, aquellos dispuestos a promover los intereses económicos o de seguridad de Estados Unidos y Occidente– seguían beneficiándose del apoyo occidental, aunque no gobernaran de acuerdo con los valores occidentales. Pero una vez finalizada la Guerra Fría, la mayoría de los responsables políticos occidentales parecían esperar que los países en desarrollo adoptaran con el tiempo el enfoque occidental de la democracia y la globalización. Pocos dirigentes occidentales parecían preocuparse de que los Estados no occidentales se opusieran a sus normas o percibieran la distribución internacional del poder como un vestigio injusto del pasado colonial. Los líderes que expresaban estas opiniones, como el venezolano Hugo Chávez, eran tachados de excéntricos y se consideraba que sus ideas estaban desfasadas.

Hoy, por el contrario, en muchos debates políticos occidentales se da por sentado que existe un Sur Global con una perspectiva propia y diferenciada. La expresión se ha convertido en una clave casi inevitable; mis colegas y yo misma la utilizamos en el International Crisis Group, la organización que dirijo. Y, de hecho, líderes no occidentales como Narendra Modi, de India, y Mia Mottley, de Barbados, han empezado a articular las prioridades de un Sur Global colectivo –aunque todavía bastante amorfo– en cuestiones como la financiación de la lucha contra el cambio climático y el papel de las instituciones internacionales. Decepcionados por la negativa de muchos países en desarrollo a tomar medidas serias para sancionar a Rusia por su agresión a Ucrania, funcionarios estadounidenses y europeos han empezado a prestar atención, de boquilla, a las preocupaciones de este grupo de Estados.

 

«Los responsables políticos occidentales corren el riesgo de perder de vista la diversidad que engloba el término Sur Global»

 

Aunque este reconocimiento de los intereses del resto del mundo es un avance positivo, está relacionado con una interpretación particular del Sur Global, que, como término, es conceptualmente difícil de manejar. No existe una definición precisa del Sur Global, pero suele utilizarse para referirse a la mayoría de los países de África, Asia y América Latina. Agrupa a poderosos miembros del G-20, como Brasil e Indonesia, con los países menos desarrollados del mundo, como Sierra Leona y Timor Oriental. Estos países comparten algunas experiencias históricas y objetivos futuros, como cambiar el equilibrio de poder en el sistema internacional. En conversaciones con políticos y funcionarios de países considerados miembros del Sur Global, he encontrado opiniones diversas sobre la coherencia de esta unidad. Algunos aceptan el término, pero otros no. Porque estos países también pueden tener intereses, valores y perspectivas radicalmente divergentes.

Los responsables políticos occidentales corren el riesgo de perder de vista la diversidad que engloba el término. Al considerar el Sur Global como una coalición más o menos cohesionada, pueden acabar simplificando o ignorando las preocupaciones individuales de cada país. Los funcionarios occidentales que deseen cultivar mejores relaciones con sus homólogos no occidentales pueden caer en la tentación de centrarse en ganarse a unos pocos Estados del Sur Global supuestamente líderes, como Brasil e India. Su hipótesis es clara: si se refuerzan los lazos con Brasilia o Nueva Delhi, el resto vendrá solo. La Administración Biden y sus aliados invirtieron tanto en el éxito de la cumbre del G-20 celebrada el año pasado en India, al menos en parte, por esta razón. Una política que se centre demasiado en un reducido grupo de Estados no occidentales es insuficiente. Puede ocultar las tensiones entre los países en desarrollo y las presiones únicas –como la deuda, el cambio climático, las fuerzas demográficas y la violencia interna– que están configurando la política en muchos de ellos. Al hacerlo, también puede ocultar las oportunidades de establecer mejores vínculos con los Estados pequeños y medianos al atender a sus intereses individuales. El término Sur Global puede ofrecer una simplicidad convincente pero engañosa (al igual que su homólogo, Occidente). Sin embargo, tratar a los países de Asia, África y América Latina como un bloque geopolítico no ayudará a resolver los problemas a los que se enfrentan, ni aportará a Estados Unidos y sus socios la influencia que buscan.

 

¿Quién habla en su nombre?

Es cierto que los países del Sur Global, tal y como se definen aquí, tienen algunas causas comunes, así como incentivos para coordinarse. La mayoría de estos Estados lucharon contra el colonialismo (y, en algunos casos, contra las intervenciones estadounidenses) y cooperaron en el Movimiento de Países No Alineados y el Grupo de los 77, coaliciones que unieron a los países en desarrollo durante la Guerra Fría. Ambos siguen existiendo como bloques formales en las Naciones Unidas. Hoy en día, en muchos foros multilaterales, los Estados no occidentales suelen optar por negociar en equipo en lugar de hacerlo en solitario con Estados Unidos y sus aliados. Esta coordinación refuerza la afinidad entre países frustrados por un orden internacional que con demasiada frecuencia va en contra de sus intereses.

Los recientes acontecimientos mundiales han acentuado los cismas entre estos países y Occidente. Cuando muchos gobiernos no occidentales se negaron a tomar partido tras la invasión rusa de Ucrania, algunos líderes occidentales reconocieron la necesidad de hacer frente a las acusaciones de doble moral, en concreto, la percepción de que sólo adoptan posiciones de principios cuando se ataca a una nación europea. Al fin y al cabo, sólo con el apoyo de un gran bloque de Estados que suelen considerarse parte del Sur Global podía la Asamblea General de la ONU dar una muestra contundente de solidaridad con Ucrania. Pero los gobiernos occidentales no buscaron aplicar esta lección más allá de la guerra entre Rusia y Ucrania. Si la guerra de Gaza representaba la siguiente prueba sobre si los líderes occidentales comprendían realmente la importancia de enfrentarse a acusaciones de hipocresía, esos líderes parecen haber fracasado. En toda África, Asia y América Latina, funcionarios y ciudadanos creen que Estados Unidos y algunos de sus aliados en Europa han dado luz verde a la destrucción total de Gaza por parte de Israel. La percepción de un doble rasero es más fuerte que nunca.

Sin embargo, las similitudes en las perspectivas no significan que los países que generalmente se supone que pertenecen al Sur Global actúen como uno solo. Los líderes no occidentales no difieren de sus homólogos occidentales en su deseo de perseguir los intereses propios de sus Estados, y no todos ellos ven a sus países como miembros de un grupo de base amplia. Tomemos, por ejemplo, sus recientes actuaciones en las Naciones Unidas. En los debates de la Asamblea General sobre política de desarrollo, un pequeño grupo de miembros del G-77 de línea dura, liderado por Cuba y Pakistán, insiste en un enfoque agresivo para negociar reformas del sistema financiero internacional con Estados Unidos y la Unión Europea, y denuncia a Occidente por no haber cumplido sus compromisos de ayuda. Rusia, en coordinación con este grupo, utilizó los debates sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU en 2023 como plataforma para criticar el impacto económico mundial de las sanciones estadounidenses. Sin embargo, en privado, muchos otros miembros del G-77 expresaron su malestar con esta diplomacia agresivamente competitiva, al argumentar que socavaba los esfuerzos por encontrar un terreno común con Washington y Bruselas para reducir la carga de su deuda.

 

Divisiones más allá de la economía

Las divisiones en el seno del supuesto Sur Global van más allá de las cuestiones económicas. Por ejemplo, a algunos países latinoamericanos con gobiernos liberales les gustaría promover en la ONU programas progresistas sobre cuestiones de género y derechos de la comunidad LGBTQ, pero se enfrentan a la oposición de los miembros más conservadores del G-77, incluidos muchos Estados de mayoría musulmana. Brasil e India aspiran desde hace tiempo a ocupar puestos permanentes en el Consejo de Seguridad, pero rivales regionales como Argentina y Pakistán tratan de obstaculizarlo. Y aunque los diplomáticos no occidentales suelen tener razones prácticas para mantenerse unidos, los que representan a las grandes potencias anteponen sus posiciones nacionales a la solidaridad de grupo cuando les conviene.

 

«Los Estados del Sur Global tienen diferencias radicales en cuestiones de género y derechos de la comunidad LGBTQ»

 

Aunque muchos pretenden hablar en nombre del Sur Global –en la ONU o en otros foros–, ningún país puede arrogarse ese derecho. En el último año, Brasil, China e India han luchado por presentarse como los líderes más eficaces del grupo. Los tres países son miembros fundadores de los BRICS, entre cuyos miembros principales también se encuentran Rusia y Sudáfrica. Durante la presidencia india del G-20 en 2023, Modi prometió representar a “nuestros compañeros de viaje del Sur Global” y ayudó a la Unión Africana a obtener un puesto permanente. China, por su parte, se concentró en ampliar los BRICS, al liderar una exitosa campaña para invitar a Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos a unirse. (Argentina declinó su invitación.) Brasil planea utilizar su papel como presidente del G-20 este año y anfitrión de la cumbre sobre el clima COP30 en 2025 para avanzar en lo que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha presentado como una visión de un “orden multipolar, justo e inclusivo” en el que los países del Sur Global tendrían más influencia de la que tienen hoy. Sin embargo, aunque estas potencias compiten por liderar a los países en desarrollo, algunas de sus decisiones recientes en política exterior sugieren que dan prioridad a otras relaciones. China ha estrechado discretamente sus lazos con Rusia desde que ambas potencias declararon una “alianza sin límites” en 2022. India ha incrementado su comercio con Rusia y se ha acercado a Estados Unidos y a sus aliados en su papel como parte del Quad (Diálogo Cuadrilateral de Seguridad), un foro de seguridad marítima que también incluye a Australia y Japón. El gobierno de Modi también rompió con la mayoría de los miembros del Movimiento de Países No Alineados en la ONU el pasado octubre, cuando se negó a firmar una resolución de la Asamblea General que pedía un alto el fuego inmediato en Gaza. Aunque Nueva Delhi apoyó una resolución posterior en diciembre, el voto de octubre atestiguó la profundización de los lazos de India con Israel en los últimos años.

 

«A pesar del apoyo retórico a su grupo, a menudo las potencias del Sur Global priorizan la ‘realpolitik’»

 

Lula, por su parte, ha adoptado una postura más estridente que otros líderes no occidentales sobre la guerra entre Israel y Hamás, al comparar la ofensiva israelí en Gaza con el Holocausto, comentarios que hicieron que el presidente brasileño fuera declarado persona non grata en Israel en febrero. Pero Brasil también ha buscado el favor de las grandes potencias mundiales, al sortear hábilmente las fricciones entre China, Rusia y Estados Unidos para reforzar los lazos con las tres. Para Brasil, China e India en particular, reclamar el liderazgo del Sur Global ofrece claras ventajas, como la oportunidad de ampliar su peso diplomático global y afianzar sus relaciones económicas. Sin embargo, a pesar de su apoyo retórico a los países de su grupo, a menudo prima la realpolitik.

Otros aspirantes a liderar el Sur Global parecen incluso menos preparados para reclamar el puesto. Sudáfrica, por ejemplo, parece tomarse en serio la idea de que podría representar a este grupo; los funcionarios sudafricanos se han mostrado especialmente interesados en desempeñar un papel pacificador en Ucrania. El presidente Cyril Ramaphosa encabezó una delegación de líderes africanos en Moscú y Kiev el verano de 2023, pero no logró ningún avance hacia el fin de la guerra. Podría decirse que Sudáfrica ha tenido más influencia al presentar una demanda contra Israel en virtud de la Convención sobre el Genocidio ante la Corte Internacional de Justicia, una medida que ha influido en los debates globales sobre la guerra de Gaza. Pero a una Sudáfrica que sigue luchando por proyectarse como líder en su propio continente –donde otras potencias como Kenia y Nigeria prefieren trazar sus propios caminos– no le resultará nada fácil reunir una coalición mundial.

No es probable que surjan otros candidatos a la posición de liderazgo. Los pequeños pero influyentes países árabes del Golfo, por ejemplo, se reúnen en la ONU con las naciones en desarrollo en el Movimiento de Países No Alineados y el G-77, y han utilizado estos lazos para conseguir apoyo para la causa palestina durante la guerra entre Israel y Hamás. Pero los funcionarios árabes tienden a presentar sus intereses como independientes de los del Sur Global, dado el crecimiento económico y la relativa estabilidad política de sus países. Rusia también ha intentado ganarse el respaldo de los países no occidentales, y utiliza una retórica anticolonial para justificar su enfrentamiento con Europa y Estados Unidos. Pero muchos funcionarios de estos Estados consideran a Moscú demasiado errático y belicoso como para confiar plenamente en él, y Kenia en particular ha criticado a Rusia por librar una guerra imperialista en Ucrania.

 

Solucionar problemas reales

En última instancia, de poco sirve esforzarse por identificar quién, si es que hay alguien, puede liderar el Sur Global. Cuando los funcionarios de los países más pobres observan el elenco de contendientes, a menudo se preguntan si tienen algo en común con las grandes potencias y las potencias medias. Como me dijo recientemente un político africano, a los países más pequeños y pobres les preocupa verse empujados al papel del “sur del Sur Global”: necesitados de ayuda exterior y enfrentados a la condescendencia no sólo de los antiguos gobernantes coloniales, sino también de los Estados no occidentales que están mejor situados.

El juego de salón del liderazgo del Sur Global también desvía la atención de los retos reales a los que se enfrentan los Estados pequeños y medianos. Justo cuando los expertos occidentales han empezado a especular sobre el nuevo tipo de poder que los países en desarrollo pueden ejercer como bloque, la suerte de muchos Estados no occidentales ha empeorado. Casi dos tercios de los países menos desarrollados del mundo se enfrentan actualmente a graves problemas de endeudamiento. Algunos de los más pobres –incluidos varios de África Occidental– están experimentando inestabilidad política y deterioro de las condiciones de seguridad, lo que no hará sino agravar sus problemas económicos. Los organismos regionales creados para mediar en los problemas políticos, como la Unión Africana y la Organización de Estados Americanos, han perdido credibilidad debido a las disputas entre sus miembros. Ayudar a los países vulnerables, sobre todo a los que se enfrentan a conflictos y catástrofes humanitarias, a amortiguar los impactos cruzados de la violencia, la inflación, la inseguridad alimentaria, el cambio climático y los efectos persistentes de la pandemia es más apremiante que determinar la pista de qué potencias siguen en la diplomacia internacional.

Incluso los Estados que aspiran a liderar África, Asia y América Latina se enfrentan a graves fracturas internas, como el alto nivel de delincuencia en Brasil y Sudáfrica o el reciente recrudecimiento del conflicto étnico en el noreste de India. Puede que Etiopía haya aumentado su importancia con su invitación a unirse a los BRICS, pero el país se está recuperando de una sangrienta guerra civil y lidiando con múltiples insurgencias. Los gobiernos de muchas grandes potencias no occidentales intentan asumir un papel más importante en la escena mundial mientras se enfrentan a una inestabilidad persistente o creciente en sus países. Aunque lo mismo puede decirse de varias economías avanzadas de Occidente, en ninguno de los dos casos esto es una receta para un liderazgo y una resolución de problemas coherentes.

El reciente auge de las conversaciones sobre el Sur Global ha servido al menos para poner de relieve los crecientes problemas a los que se enfrentan los países de fuera de Occidente, problemas que requerirán un esfuerzo mundial para ser resueltos. Para evitar una futura inestabilidad, Estados Unidos y sus aliados deben trabajar por aliviar la crisis de la deuda internacional y ayudar a los Estados vulnerables a resolver sus conflictos internos y sus problemas de gobernanza. Para avanzar será necesario entablar negociaciones multilaterales para reformar la arquitectura financiera mundial –durante las cuales los países en desarrollo probablemente seguirán trabajando en bloque– y prestar más atención a las circunstancias económicas y políticas específicas de cada país o región. Dado que iniciativas chinas como el Fondo de Cooperación Sur-Sur y el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS presentan alternativas a las finanzas públicas occidentales, será especialmente importante que Washington y sus aliados realicen verdaderos esfuerzos para atender las preocupaciones de estos países.

Pero el problema terminológico persiste. Aunque muchos responsables políticos occidentales creen saber que no deben tratar al mundo no occidental como un todo unívoco, deberían utilizar la expresión “Sur Global” con especial cuidado. Las dinámicas específicas dentro y entre los países de África, Asia y América Latina determinarán su futuro político más que su identidad como grupo. Occidente debe ver a estos Estados tal y como son, y no caer en la falacia de que operan geopolíticamente como una entidad única.