El arte sirio actual ha pasado de las obras políticas explícitas, pensadas para el público nacional, a un simbolismo monumental que registra la destrucción del país.
En 2012, con una escalada bélica como telón de fondo, artistas, galeristas y conservadores de Siria empezaron a salir del país a mansalva. Esta emigración en masa tuvo lugar cuando el estancamiento político entre las fuerzas gubernamentales y los manifestantes se tornó violento en cuestión de meses.
Muchos se marcharon por la campaña del régimen de Bashar al Assad contra la disidencia, o por las crecientes sospechas de que era objeto el colectivo artístico en general. Llegaron nuevos tipos de represión cultural. Todo ello tras años de restricciones en la escena artística nacional, donde se requería la autorización del funcionariado gubernamental para montar una exposición o acoger una actividad cultural, y el contenido de las obras artísticas se supervisaba con lupa.
Antes de la revuelta, las galerías de Damasco –que albergaba la mayor concentración de espacios artísticos– sorteaban a menudo este código de conducta por medio de un delicado equilibrio, consistente en apoyar a los artistas y fomentar la creatividad manteniendo a raya la atención de la censura. Sin embargo, algunos artistas consolidados, como el fotógrafo y galerista de Alepo Issa Touma, desafiaban con frecuencia estas reglas. Como resultado, en más de una ocasión eran detenidos o interrogados. Touma, que lleva décadas organizando festivales y exposiciones fotográficas internacionales en la ciudad, sigue residiendo y trabajando allí. Hace cinco años, puso en marcha Art Camping, una serie de talleres organizados periódicamente para brindar a los jóvenes sirios la oportunidad de escapar del conflicto a través de distintas formas de expresión cultural.
Cuando los artistas sirios empezaron a pronunciarse contra el régimen en solidaridad con los manifestantes, algunos lo hicieron de forma anónima, por medio de…