La política de Estados Unidos hacia Japón, especialmente durante la crisis económica asiática, se basa en cinco supuestos que se han convertido en artículos de fe para la mayoría de los políticos norteamericanos, los expertos, e incluso de buena parte de sus dirigentes económicos. Pero todos ellos son erróneos o, en el mejor de los casos, sumamente sospechosos:
1. Se supone que la preponderancia de la burocracia es exclusiva de Japón, igual que su cuasi-monopolio sobre la formulación de la política y su control de las empresas y de la economía mediante la denominada “orientación administrativa”.
2. Reducir el papel de la burocracia no sería tan difícil. Todo lo que se necesita es voluntad política.
3. Una elite gobernante como la burocracia japonesa es innecesaria en una sociedad desarrollada moderna e indeseable en una democracia.
4. La resistencia de la burocracia japonesa a la “desregulación”, especialmente en el sector financiero, no es más que un empeño egoísta en aferrarse al poder que causará graves daños. Retrasar lo inevitable sólo puede empeorar las cosas.
5. Finalmente, los japoneses –son gente inteligente, después de todo– ponen la economía en primer lugar, igual que nosotros.
Por el contrario, los principios acertados sobre Japón son los siguientes:
1. La burocracia domina en casi todos los países desarrollados. EE UU y algunos países de habla inglesa menos poblados, como Australia, Nueva Zelanda o Canadá son las excepciones, y no la regla. Lo cierto es que la burocracia japonesa es mucho menos prepotente que la de otros países desarrollados, Francia en particular.
2. Las elites burocráticas tienen un poder de permanencia muy superior al que deseamos concederles. Se las arreglan para conservar el poder durante décadas por encima de escándalos e incompetencias palmarias.
3. Esto ocurre porque los países desarrollados –con la sola excepción de EE…