Miles de decisiones individuales llevan a una persona a emigrar. La emigración produce efectos económicos y sociales dispares en los países de origen y en los receptores. Pese al debate actual, los datos no sirven para concluir si los flujos deben aumentarse o reducirse.
Europa se ve sacudida por un debate cada vez más polarizado sobre la inmigración. Los votantes acusan a las élites liberales de no prestar atención a sus inquietudes; las élites acusan a los votantes de xenofobia. En un ambiente así, los datos se utilizan para defender las distintas posturas más que para ofrecer información. En este artículo y en mi libro Éxodo intento ofrecer un análisis científico neutral. Empiezo por el modo en que la emigración afecta tanto a quienes quedan atrás en los países pobres como a las poblaciones autóctonas de las sociedades ricas receptoras de inmigrantes.
¿Cómo afecta la emigración a las personas que se quedan en los países pobres? Que muchos países sigan ofreciendo a sus ciudadanos escasas esperanzas de alcanzar siquiera una mínima prosperidad es el gran desafío mundial de este siglo. Es decisivo que los países más pobres alcancen al primer mundo, pero esto requeriría décadas de un crecimiento económico elevado y continuo. Para entender cómo la emigración podría influir en este proceso de convergencia, hay que saber por qué los países pobres han seguido siéndolo.
En los países muy pobres, la pobreza persiste a causa de instituciones políticas débiles, actitudes sociales disfuncionales y falta de capacidades. Todo esto hace difícil aprovechar las oportunidades económicas. La emigración puede tanto favorecer como obstaculizar la convergencia dependiendo de quién se marcha, cuántos se marchan y durante cuánto tiempo se marchan.
Posiblemente, el efecto más importante de la emigración se produzca en las instituciones políticas y las actitudes sociales. Existen pruebas sólidas de que…