A la hora de valorar lo acontecido en las últimas semanas en la agenda internacional del clima es preciso adoptar una perspectiva amplia. La Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático celebrada en Madrid (COP25) en diciembre de 2019 no ha estado a la altura de las expectativas sociales ni responde a las acuciantes alertas de la ciencia, aunque haya conseguido tres cosas importantes: mantener la firmeza de la vía multilateral para abordar el desafío climático; consolidar la necesidad de construir las respuestas sobre la base de la evidencia científica, y poner el foco en la necesidad de actualizar al alza, de manera anticipada, las contribuciones nacionales. En paralelo, Europa ha dado pasos de gigante para cumplir su compromiso.
La cita de Madrid tenía una agenda eminentemente técnica y de transición que, sin embargo, se ha visto sacudida por dos factores: la espectacular evolución social en torno a las expectativas climáticas y el boicot de algunos países a la robustez y credibilidad de las reglas de contabilidad en las herramientas del mercado de emisiones, que debía evolucionar desde las premisas del Protocolo de Kioto hacia el nuevo enfoque del Acuerdo de París. El resultado, a pesar de los avances y de la loable firmeza en torno a los principios de integridad ambiental y solvencia de los sistemas de contabilidad, ha generado un cierto desencanto que habrá que superar con trabajo constante.
En Europa se ha producido un punto de inflexión. El Consejo Europeo del 12 de diciembre acordó alcanzar la neutralidad climática del continente en 2050. La víspera, la Comisión Europea había aprobado, en la primera reunión del nuevo colegio de comisarios, su paquete de medidas para el Pacto Verde Europeo, que marcará la nueva estrategia de desarrollo económico. Y apenas unas semanas antes, Werner Hoyer, presidente del Banco Europeo…