Embridar la pasión para servir al capital
“Tu comida es un café. Sigues currando después de seguir currando. La privación de sueño es tu droga favorita. Puede que seas un doer”. En 2017, una campaña de la empresa Fiverr en el metro de Nueva York escandalizó con su glorificación desacomplejada de la explotación laboral. “Nada como un sueldo fijo y estable para hundir tu alma”, proclamaba otro de sus carteles distópicos.
Los anuncios, pese a su gusto dudoso, no debieran sorprender. Desde 2008, capitalismo y libre mercado parecen sinónimo de estrés e inestabilidad. Haciendo de la necesidad virtud, cada vez más compañías glamurizan un status quo insostenible. No hay empleados precarios, sino inconformistas que pasan de la oficina y “colaboran” en vez de trabajar. Su pobreza se presenta como costumbrismo millenial. El mar de fondo es un capitalismo tardío que no ofrece proyectos de vida sostenibles, pero satisface a los miembros más apasionados de nuestra sociedad, emprendedores aquejados de eso que la psicología empieza a describir como “perfeccionismo neoliberal”. En EEUU está Fiverr; en España, Josef Ajram.
Resulta tentador pensar que el capitalismo siempre se ha percibido de esta forma, en vista de su capacidad para erosionar lazos sociales y lograr que lo sólido se desvanezca en el aire. Pero no siempre fue así. El despegue Corea del Sur y Taiwán, sin ir más lejos, se explicó haciendo referencia a los “valores confucianos” de ambos países: una ética conservadora que, como el protestantismo en el mundo anglosajón, apuntalaría su desarrollo económico. En los relatos culturales que explican la pujanza del norte de Europa pesa más la flema ordoliberal que el furor vikingo.
Con Las pasiones y los intereses, el economista Albert Hirschman (1915 – 2012) dirigió su mirada a Europa para explorar cómo el capitalismo se concibió, incluso aquí, como una doctrina de paz y prosperidad. Un proyecto social y político para sublimar los impulsos bélicos de los gobernantes y centrarlos en pasatiempos más aburridos, como la acumulación de riqueza. Aunque Hirschman se dio a conocer con obras más extensas, como La estrategia del desarrollo económico o Salida, voz y lealtad, estamos ante una lectura sugerente, amena y enriquecedora. La traducción reciente de Capitán Swing incluye, además, un ensayo excelente de Amartya Sen.
Hirschman arranca con la concepción medieval de los vicios que asentó San Agustín. Entre la lujuria, la avaricia y el poder, solo este último presentaba una contraparte útil, en la medida en que podía emplearse para fundar comunidades basadas en la virtud cívica. La noción del poder –político, militar– como pasión positiva prevaleció durante la Edad Media, pero se desmoronó durante los siglos XVI y XVII. La teoría de Estado de Hobbes y Maquiavelo, la prosa de Cervantes y el cinismo descarnado del La Rochefoucauld sacudieron la imagen del héroe medieval hasta hacerlo añicos.
Pese a ello, el burgués arquetípico tardará en aparecer. A lo largo del siglo XVIII, comienza una rehabilitación de las pasiones, entendidas no ya como vicios destructivos sino como “intereses”, cada vez más ligados a la actividad económica. Montesquieu en Francia, los federalistas estadounidenses y la ilustración escocesa –Sir James Steuart, John Millar, Adam Ferguson y Adam Smith– comenzarán a plantear la actividad comercial como un freno al despotismo de los soberanos. Con la invención de las letras de cambio, por ejemplo, los reyes pierden la capacidad de expoliar a sus súbditos. Según Smith los señores feudales, atraídos por el comercio, terminarían renunciando inconscientemente a sus privilegios hereditarios a cambio de acceder a bienes materiales.
Fue el autor de La riqueza de las naciones quien terminó por trascender la dicotomía entre pasiones e intereses, al argumentar que el ser humano se guía por el deseo de “mejorar su condición”. Un propósito que aunaría ambos conceptos y los pondría al servicio de la actividad comercial. El problema no sería la aparición de sociópatas como los que promociona Fiverr, sino todo lo contrario. Apegado a la tradición republicana, Smith consideraba que en una sociedad volcada en enriquecerse, las virtudes marciales de antaño se diluirían en un mar de mediocridad.
Además de analizar con lucidez la obra de pensadores clave en la historia de la economía política, Las pasiones y los intereses plantea dos ideas fundamentales. Hirschman sugiere que el desarrollo del capitalismo exigió la creación de un sujeto político que se adecuase al sistema: un homo economicus capaz de embridar sus pasiones e intereses y ponerlos al servicio del sistema económico emergente. En segundo lugar, el libro proporciona un relato endógeno del origen del capitalismo, a contracorriente de explicaciones como las de Karl Marx y Max Weber, en las que el se presenta como un fenómeno en conflicto con el viejo orden económico. “El triunfo del capitalismo, como el de muchos tiranos modernos –observa Hirschman– debió mucho a la incapacidad generalizada de tomárselo en serio”.