George Packer cuenta, en la primera página de su recomendable y perturbadora biografía del diplomático estadounidense Richard Holbrooke, que cuando hablaba con él por teléfono, y aunque la llamada hubiese durado solo dos minutos, al colgar se sentía “misteriosamente exhausto”, muy lejos mentalmente del lugar donde había empezado la conversación y sin la certidumbre de cómo habían llegado ahí. Casi 600 páginas después, así acaba el lector de Nuestro hombre: Richard Holbrooke y el fin del siglo americano. La experiencia no solo le deja exhausto, sino melancólico y con un mal cuerpo del que tardará días en desprenderse.
Nuestro hombre: Richard Holbrooke y el fin del siglo americano
George Packer
Traducción de Inga Pellisa Díaz y Miguel Marqués Muñoz
Madrid: Debate. 2020, 664 págs.
Esta sensación se explica en parte por el final –patético en lo profesional y literalmente sangrante en lo físico– de un protagonista que pudo serlo todo pero que, como escribe su biógrafo, siempre se quedó en el “casi”. Holbrooke (1941-2010) “casi” fue secretario de Estado, pero su egolatría y su propensión al enredo acabaron abortando sus ambiciones máximas. Y eso, pese a atesorar una de las carreras más brillantes de Foggy Bottom: secretario de Estado adjunto con varias administraciones, embajador en Alemania y ante las Naciones Unidas, enviado especial en los Balcanes y en Afganistán y Pakistán (y, en momentos distintos de su carrera, banquero en Wall Street).
“Casi” pudo haber dejado huella como uno de esos hombres de Estado cuyo nombre queda para siempre identificado con una doctrina, o que resuelve un conflicto que parecía irresoluble o que propone una visión nueva de la política internacional: un George Marshall, un George Kennan, un Henry Kissinger. Y, aunque no hay duda de que acabar con la guerra en Bosnia le garantizará una línea o…