Las elecciones generales en Pakistán previstas para enero de 2024 vuelven a poner el foco de atención en este país del sur de Asia. Una multiplicidad de crisis confluye en esta potencia nuclear acostumbrada a las convulsiones políticas. Tradicionalmente caracterizado por estar al borde del abismo, los análisis llevan augurando la entrada de Pakistán en el club de los Estados fallidos desde hace décadas. Sin embargo, sigue resistiendo.
Los ámbitos de las crisis abarcan especialmente la política, la economía y la seguridad. Son, no obstante, problemas ligados entre sí, imposibles de resolver por separado. Igualmente, la mala gestión de las instituciones hace recaer el mayor peso del fracaso de sus élites sobre una población muy castigada. En concreto, las crisis energética y climática son las que más inciden en la población.
Esta inestabilidad no solo hace que las diversas legislaturas, que se vienen encadenando ya con periodicidad desde 2008, sean arduas. La convocatoria electoral (en la que se simultanea la elección a la Asamblea Nacional y a las respectivas Asambleas Provinciales del Punyab, Sind, Baluchistán y Jaiber-Pajtunjua) agrava la fragilidad de un sistema en crisis perpetua y exacerba la competitividad entre los actores de la política de Pakistán: los partidos políticos y el estamento militar.
¿Elecciones? El sistema híbrido civil-militar
La magnitud del esfuerzo electoral es encomiable. Para una población de casi 243 millones de personas, se estima que los votantes registrados para las próximas elecciones superen los 120 millones. La primera semana de agosto, el Consejo de Intereses Común aprobó el censo de población recientemente realizado. La Constitución estipula que la Comisión Electoral de Pakistán tiene que realizar a continuación una delimitación de los distritos electorales, pero también, que las elecciones se tienen que convocar a los 90 días de la disolución de las cámaras. Esta labor retrasará la fecha prevista de octubre de 2023, dado que la Comisión tiene previsto la publicación de las nuevas delimitaciones en diciembre, y este paso, a su vez, precede la elaboración del registro de votantes.
Estas circunstancias ofrecen la excusa perfecta para enmendar el panorama político actual, eufemismo con el que el establishment militar se refiere a preparar el escenario pre-electoral para inclinar la balanza hacia el partido seleccionado, lo que también conviene a la coalición de gobierno. Pero, a pesar de que las elecciones en Pakistán se celebren dentro de un margen delimitado por los intereses militares, no se puede negar el dinamismo y la competitividad del proceso. El hasta hace poco marcado bipartidismo, roto por la emergencia del partido por la Justicia de Pakistán (Pakistan Tehrik-e Insaaf, PTI) de Imran Khan y su triunfo en 2018, no eclipsa la existencia de otros partidos.
«A pesar de que las elecciones se celebren dentro de un margen delimitado por los intereses militares, no se puede negar el dinamismo y la competitividad del proceso»
Los dos grandes, el Partido del Pueblo de Pakistán (PPP), todavía liderado por la dinastía Bhutto, y la Liga Musulmana de Nawaz Sharif (LMP-N), también marcada por el clan de los Sharif, siguen siendo notorios, aunque hayan visto menguar su popularidad. El resto de partidos abarcan agendas islamistas con otras laicas, nacionalismos periféricos e independentismos.
La última crisis política ha alcanzado cuotas sin precedentes en el enfrentamiento entre los dos polos de poder. Empero, sin la colaboración del liderazgo político, pocas maniobras del establishment habrían podido salir adelante. Para los líderes del PPP o de la LMP-N, la intervención militar ha sido un arma arrojadiza con la que han atacado al opositor y con la que también se han aferrado al poder. Así, hasta en cuatro ocasiones durante la década de los noventa, a estos ciclos de oportunismo político se le sumaban la figura del presidente y el poder judicial, claves para legitimar la eliminación de gobiernos incómodos.
En la corta historia democrática del país, los partidos políticos han actuado a sabiendas de que el enfrentamiento con el establishment podía suponer su ruina. Así, esa necesidad de sintonía con los militares debilitaba las bases democráticas y, en consecuencia, su propio poder. La simbiosis de los dos partidos a través del histórico Estatuto de la Democracia, firmado por Nawaz Sharif y Benazir Bhutto en Londres en 2006, rompió el ciclo con un acuerdo de no agresión entre ambos, al que posteriormente se sumaron otros partidos. El reconocimiento de la necesidad de unidad política abrió un nuevo capítulo en la historia de la relación civil-militar.
Este Estatuto permitió que en la primera legislatura completa de un gobierno civil (2008-2013) se aprobaran leyes que reforzaron la vigencia de la Constitución. La 18ª enmienda marcó el fin de la instrumentalización de la figura del presidente por parte de los miliares, como aliado para destituir líderes electos, con la eliminación del artículo 58.2(b). El traspaso de poderes del presidente al Parlamento y la descentralización de competencias a las provincias fueron producto de esta legislatura.
La figura de Khan y su PTI (fundado en 1996) precisamente cobraron fuerza en este nuevo escenario. La opción de crear partidos alternativos es una fórmula que los poderes fácticos emplean para contrarrestar la popularidad de un partido determinado. La LMP-N, de hecho, fue en su origen una creación militar ante la fortaleza del PPP en la década de los ochenta. La otra Liga Musulmana (LMP-Q), conjurada por el último dictador militar (Pervez Musharraf), se creó fomentando deserciones de la LMP-N y otros partidos en 2002. Con este procedimiento, el PTI ganó fuerza en 2018 e, inversamente, es con el que se están mermando sus filas ante esta nueva convocatoria electoral.
Selecciones: la eterna crisis de legitimidad
La popularidad de Imran Khan no se cuestiona, aunque solo consiguió la mayoría parlamentaria con el respaldo de los militares. La oposición política se refería a él como el líder “selecto”, más que el líder electo. La moción de censura que le expulsó del poder en abril de 2022 fue otra ocasión de oportunismo político en el que la unidad civil contra los militares se deshizo. Aunque, curiosamente, se hizo respetando la Constitución. En las dos ocasiones anteriores, la moción contra Benazir Bhutto en 1989 y contra Shaukat Aziz en 2006, fracasaron.
No es un secreto que, en los 76 años de existencia de Pakistán, la institución militar es la más poderosa. El poder político y económico acumulados a lo largo de estas décadas ha sido posible gracias a su autoproclamación como protectores de las fronteras físicas e ideológicas del país. No es extraño que los candidatos que han ido contra ellos hayan perdido el poder. Ellos hacen y deshacen, y la mayor prueba de ello es que ni un solo primer ministro ha concluido sus cinco años de legislatura.
Tras las elecciones de 2018, Khan se vanagloriaba de su relación con los poderes fácticos. No solo no denunció sus maquinaciones contra Sharif, sino que les respaldó y atacó como nadie a la oposición política, a través del mantra favorito del sistema: son unas élites corruptas.
A pesar de todo, el líder del PTI incurrió en el mismo error de sus predecesores: creer que la legitimidad popular y el respaldo militar le hacían intocable. Su carácter volátil y unas formas impropias de un líder dificultaban la convivencia con sus benefactores. Asimismo, el punto de inflexión no supuso mayor novedad que la de querer interferir en el nombramiento del liderazgo de la principal y poderosa agencia de inteligencia Inter-Services Intelligence (ISI). Ni las Fuerzas Armadas ni el ISI están bajo mando civil. Bien al contrario. La frase de Benazir de que Pakistán no es un país con un ejército, sino que el ejército tiene un país no ha perdido un ápice de relevancia.
El enfrentamiento con el jefe del Estado Mayor del Éjército, el general Qamar Bajwa, fue, eso sí, el más abierto y encarnizado de la historia del país. Khan no ocultó su preferencia por el teniente general Faiz Hamid, con el que tenía gran sintonía. Sin embargo, tuvo que ceder y nombrar al favorito de Bajwa, el general Asim Munir. Más allá de asumir su derrota, ensayó cómo atacarle y utilizarlo como arma arrojadiza contra Bajwa y la oposición política, tildando su pérdida de poder como un complot orquestado por el general y Shahbaz Sharif, con la ayuda de Estados Unidos. Un cambio de régimen que justificaba por su relación con China (cuyo gobierno, sin embargo, estaba muy frustrado con él) y con Rusia (cuya desafortunada visita oficial a Moscú se produjo el mismo día de la invasión de Ucrania).
Una fórmula vigente pero erosionada
El enfrentamiento, por tanto, proveyó a la oposición de munición para echarle del poder, aunque el mayor cambio que se produjo fue el grado de erosión del establishment. Pocas veces había salido más dañado de un enfrentamiento con un político, no solo a nivel popular. Se estima que amplios sectores del estamento militar, no solo soldados rasos sino también altos mandos, en función y retirados, respaldaban a Khan. El mismo efecto tuvo en el poder judicial. La polarización no tenía precedentes.
Cuando el 9 de mayo de 2023 fue sentenciado a tres años de prisión por varios casos de corrupción, y por consiguiente, inhabilitado para presentarse a las elecciones, el Tribunal Superior se pronunció diciendo que el juicio había sido amañado. Además, la llamada a la rebelión de Khan (incluso citaciones a una guerra civil) sacó a miles de seguidores a las calles para protegerle e impedir su detención. Los ataques a las instalaciones militares en todo el país y, especialmente, el cuartel general del ejército en la ciudad de Rawalpindi marcaba un hito en el deterioro de la imagen de esta institución, tal vez no visto desde la pérdida de la mitad oriental del país en la guerra de independencia de Bangladesh.
A pesar de que el general Munir consiguió controlar la insubordinación y afianzarse en el poder, la brecha quedará presente en la historia de la institución militar como recuerdo de que en la política de Pakistán, todavía pueden surgir líderes que les hagan frente. Uno de los principales aspectos que las elecciones pueden proporcionar a los partidos políticos y sus líderes, es la legitimidad. Aunque la institución ha tenido respaldo de la población y ha sido una de las principales fuentes de empleo en un mercado laboral con escasas oportunidades, su necesidad de estar fuera del foco de atención es clave para seguir actuando como lo hace.
De igual forma, el sistema está dañado por esta injerencia en los ciclos electorales. La inestabilidad política, más allá del discurso manido de la corrupción, es una constante. Lo que no sabremos es hasta qué punto tantos y tantos casos de corrupción son reales o creados. Dada la falta de rigurosidad de los tribunales, su politización y la injerencia militar, no sabremos del alcance real de esta. Del mismo modo, pocos se atreven a cuestionar el grado de corrupción que afecta el entramado comercial de los militares. Es del todo ilusorio creer que es un mal del que son ajenos.
La injerencia militar constante en la política no solo debilita el afianzamiento de las instituciones democráticas. También afecta el grado de legitimidad al que se ha hecho referencia con anterioridad. El gobierno de Khan sufrió como consecuencia de la tan poco disimulada intervención para favorecer su triunfo. El gobierno resultante de la moción de censura, a pesar de ser resultado de una herramienta constitucional válida, tampoco ha conseguido quitarse de encima la mácula de oportunismo facilitado por los militares.
Perspectivas electorales y de futuro
La consecuencia más clara es que la clase política pakistaní está agotada. La ausencia de ideas, especialmente evidente durante la campaña electoral, viene en parte marcada por el conocimiento de que el árbitro final no será solo el electorado. La perpetuación de los clanes en los partidos políticos manifiesta una falta de cultura democrática. Tanto los Bhutto como los Sharif se eternizan en el liderazgo de los dos principales partidos, mientras que, en el PTI, sin Khan, no hay partido.
El Movimiento de la Democracia de Pakistán (MDP), en el que están LMP-N y PPP junto a partidos islamistas y nacionalistas, de mantener su cohesión, podría gobernar, ya con menos problemas de legitimidad. El respaldo del sistema lo tendrán igualmente, dado que el líder de la Liga, Shahbaz Sharif, es visto con beneplácito. Queda por ver qué papel le asignará a su hijo Hamza o a la sobrina, Maryam, hija de Nawaz.
El PTI, seriamente dañado por la campaña en su contra (no olvidemos que Khan aplaudió los ataques contra la Liga de Nawaz Sharif en 2018, o que su partido está principalmente compuesto por tránsfugas de los otros dos partidos), mantendrá su popularidad, pero no parece tener las mismas probabilidades de conseguir un número necesario de escaños. Khan puede gobernar en la distancia, o ejerciendo de mártir del partido desde la cárcel, pero sus temores a ser asesinado no son infundados, tras el disparo que recibió en un mitin político en noviembre de 2022.
El trato que ha recibido el líder del PTI es la norma para el liderazgo de los partidos de la periferia. El sistema ha atacado a los partidos nacionalistas baluchíes y pastunes sistemáticamente. Uno de los partidos más originales en surgir recientemente, a partir del activismo civil del Movimiento por la Defensa de los Derechos de los Pastunes (PTM por sus siglas en inglés), es el Movimiento Democrático Nacional, que lleva recibiendo ataques constantes desde su aparición.
Este movimiento que combate los estereotipos del resto del país que presentan a los pastunes como “talibán” o seres atávicos, surgió a raíz de los abusos de autoridad de los militares en sus operaciones en las anteriormente conocidas como áreas tribales, ahora integradas en la provincia de Jaiber-Pajtunjua. Denuncian la utilización de sus agencias y distritos como cebaderos de las insurgencias en aras de los intereses en Afganistán.
El PTM, como movimiento que bebe del activismo pastún pacifista (que tan poca atención recibe), ha experimentado una gran represión del sistema. Sin embargo, su ubicación en la periferia los lleva a ser ignorados por los grandes partidos. Asimismo, sus denuncias del establishment preceden a los de Khan, y, bien al contrario, se ha efectuado de una forma respetuosa con la Constitución. Uno de los líderes del partido, Ali Wazir, sigue encarcelado bajo cargos de secesión y terrorismo por un comportamiento mucho menos grave que el de Khan.
En consecuencia, ante estas luchas de poder, la política pakistaní, más concernida con su propia supervivencia, sigue ignorando a las masas. Esta inestabilidad política no es conducente a una mejora de la economía. El problema no es únicamente una élite política corrupta, sino que la dinámica civil-militar impide que la clase política esté más comprometida con su función y pueda emprender proyectos a largo plazo.
Un efecto de estas dinámicas que afecta a la economía está en la crisis de balanza de pagos. La decisión de Khan de ofrecer subsidios a los combustibles y la electricidad compró popularidad, la misma que perderá el gobierno que tenga que retirarlos para hacer reflotar la economía y mantener los créditos del Fondo Monetario Internacional y otros donantes, entre los que están Arabia Saudí y China (con la preocupación añadida de la viabilidad del Corredor Económico China-Pakistán). Ni un solo gobierno se ha atrevido hasta el momento a extender la base de recaudación de impuestos, que se estima en el 2%.
Los ataques iracundos del anterior ministro de Exteriores, Bilawal Bhutto, responsabilizando a los países más contaminantes de las inundaciones que en el monzón de 2022 sumergieron un tercio del país, son otro fiel reflejo de la política. Pakistán es uno de los países más vulnerables a los cambios climáticos (inundaciones, sequías, altísimas temperaturas) y otro tipo de catástrofes naturales (como terremotos) y, sin embargo, la falta de previsión y resolución de estas crisis no parece ser prioritario. Los damnificados de las inundaciones siguen todavía esperando reparaciones del Estado.
Solo una mayor responsabilidad puede mejorar el escenario político. Los momentos de aprendizaje han surgido solo en tiempos de gran crisis, como la propiciada por el fin de la última dictadura o la traumática muerte de Benazir en 2007. Los pakistaníes quieren decidir el rumbo de su país y quiénes les gobiernen, sin injerencias internas o exteriores. Las elecciones previstas para octubre de 2023 pueden no celebrarse finalmente, rompiendo el ciclo que desde 2008 traspasa el poder de manos de forma pacífica y con los cinco años de legislatura cumplidos. Un regreso a los retrasos electorales y mayores injerencias solo pueden dañar un sistema en el que muchos líderes políticos del país han invertido tanto. ●