Los vínculos económicos impulsados por Taipéi y Pekín han logrado normalizar una de las relaciones más explosivas de Asia oriental. La distensión, sin embargo, genera división entre los taiwaneses.
Taiwán celebra el 14 de enero unas elecciones legislativas y presidenciales decisivas para el inmediato futuro de su relación con China continental. Desde 2005, el entendimiento entre el Partido Comunista de China (PCCh) y el Kuomintang (KMT), entonces en la oposición, abrió camino –a partir de 2008, tras el cambio de poder en Taipéi– a una cascada de medidas que pusieron fin a décadas de enfrentamiento entre ambos. La normalización de las comunicaciones marítimas, aéreas y postales, que permanecían interrumpidas desde 1949, la tregua diplomática, los sucesivos acuerdos comerciales y la búsqueda general de cauces de aproximación dieron paso a una distensión efectiva que contrasta con el ambiente de enfrentamiento vivido durante el mandato de Chen Shui-bian (2000-08), exlíder del Partido Democrático Progresista (PDP) y actualmente en prisión acusado de corrupción.
La normalización e impulso a las relaciones con el continente ha generado, sensu contrario, una profunda división en la sociedad taiwanesa entre quienes entienden que resulta no solo inevitable sino deseable para preservar la paz, el desarrollo y la estabilidad en la región (los llamados “azules”) y quienes consideran que dicha política es la antesala de una unificación que sacrificará el statu quo y la propia supervivencia de Taiwán como Estado de hecho (los “verdes”).