El rechazo irlandés al Tratado de Lisboa es el primer gran escollo de la presidencia francesa de la Unión Europea durante el segundo semestre de 2008. A las cuatro grandes prioridades ?medio ambiente y energía, migraciones, seguridad y reforma de la Política Agrícola Común? se añade ahora evitar una parálisis europea.
Francia ejerce desde el 1 de julio la presidencia del Consejo de la Unión Europea. Ésta se produce en un momento especialmente importante en la construcción europea. Los vencimientos institucionales en 2009, con la renovación del Parlamento Europeo y la Comisión Europea, hacen pesar sobre ella una enorme exigencia. Al igual que cualquier presidencia de un “gran país”, Europa espera mucho de ella y no le perdonará ningún fracaso. Más allá de las prioridades políticas que se plantean el presidente de la república, Nicolas Sarkozy, y el primer ministro, François Fillon, el semestre francés será sin duda juzgado por su capacidad de convencer a los socios europeos para hacer avanzar una serie de protocolos “impuestos” por el calendario europeo.
La presidencia del segundo semestre de 2008 es la duodécima ejercida por Francia. Pero, con 27 Estados miembros que intervienen en ámbitos cada vez más numerosos, y con un Parlamento Europeo cuyo papel crece, es más difícil presidir eficazmente el Consejo de la UE y requiere multiplicar los contactos bilaterales. Los compromisos internacionales son también mucho más numerosos.
Esta presidencia se distingue también de las que la seguirán: a partir de 2009, el Tratado de Lisboa modificará el contenido de las presidencias rotatorias; la UE tendrá entonces un presidente estable del Consejo y un Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.
El Tratado de Lisboa, que permite la recuperación institucional de la Unión, es una herramienta decisiva para permitir que Europa defina y dirija las políticas que esperan…