La virulencia del síndrome respiratorio agudo y severo (SARS, en sus siglas en inglés) o neumonía atípica ha sorprendido a todos y, en primer lugar, al gobierno de la República Popular de China, país donde se originó la enfermedad. Sin tratamiento ni vacuna eficaz, con una elevada tasa de mortalidad (según The Lancet superior al siete por cien anunciado por la Organización Mundial de la Salud, OMS, en los primeros momentos y a partir de datos parciales), la esperanza de un pronto control de su propagación es el principal anhelo de quienes persiguen la estabilización de la crisis.
La voz de alarma de la OMS ha permitido comprender cómo con la globalización todos estamos más amenazados que nunca por lo que pueda ocurrir en China o en cualquier lugar del mundo y, de hecho, ha posibilitado la adopción de numerosas medidas de prevención para evitar que la primera epidemia del siglo XXI se extienda sin control por el planeta.
Aunque ha afectado también a Canadá, la mayoría de los casos se han localizado en determinados países de Asia (Vietnam, Malaisia, Filipinas…) y, sobre todo, en el mundo chino (China, Hong Kong, Macao, Taiwan e incluso Singapur). En China continental los casos detectados superan ya los 5.300 y han muerto unas 400 personas, cifras que, por desgracia, pueden quedar obsoletas cuando este artículo se publique.
La gravedad de la situación tiene dos dimensiones. Primero, entre los afectados existe un alto porcentaje de personal sanitario. En China podría superar la tercera parte. Para evitar deserciones, especialmente entre el colectivo auxiliar, el gobierno ha prodigado reconocimientos honoríficos y ha ofrecido importantes incrementos salariales, pero no pocos han decidido abandonar sus puestos. El ejército ha sido movilizado y numerosos médicos y enfermeras militares han sido destinados a unidades civiles, especialmente en las zonas más pobres del país, colaborando también en la construcción, a marchas forzadas, de unidades de aislamiento. Una reciente circular de la Comisión Central Militar insta a cumplir la “gloriosa obligación” de luchar para vencer el SARS.
El segundo problema, y más preocupante, es el de la extensión a las zonas rurales, donde aún reside el setenta por cien de la población. A mediados de mayo, sólo el seis por cien de los contagiados eran campesinos. La cifra es relativa, ya que es difícil medir la verdadera magnitud de la propagación en los medios no urbanos. Pero si la enfermedad no se detiene antes de llegar al campo, la contención será prácticamente imposible. Expertos de la OMS que inspeccionan dichas zonas aseguran que esa extensión no se ha producido, salvo en la provincia de Hebei, que rodea el distrito de Pekín, donde los casos detectados tenían su origen en la capital.
Ezequiel J. Emanuel, especialista en Oncología y Bioética, recuerda que tanto la gripe asiática de 1957 como la de Hong Kong de 1968 se originaron en esta región, y también produjeron pandemias a pequeña escala. Según fuentes oficiales chinas, en las últimas décadas han surgido hasta veintisiete nuevas clases de enfermedades contagiosas en el mundo, y de ellas quince se localizaron en China, pero el primer centro de prevención y control de estas enfermedades no se creó hasta el pasado año.
Los virólogos afirman que el motivo de que China sea el origen de tantos virus y nuevas cepas de antiguos virus, que producen infecciones respiratorias, es que en su territorio, personas y animales conviven en estrecho contacto. Esta proximidad y la alta densidad de población facilitan la propagación. En las últimas semanas, se han sacrificado más de diez millones de mascotas en varias ciudades por considerar que pueden ser agentes transmisores.
Bi Shengli, profesor chino experto en virus, insiste en sus recomendaciones sobre dos extremos: no comer animales salvajes y una buena ventilación en viviendas y centros de trabajo.
A pesar de que el primer brote se detectó en noviembre de 2002 y de que en febrero de 2003 los casos oficial- mente reconocidos se acercaban al medio centenar con varias víctimas, el gobierno chino esperó hasta el 14 de abril para crear un mecanismo de emergencia que reforzara el sistema de salud. Li Liming, vicerrector de la Universidad de Pekín y responsable del Centro Chino de Prevención y Control de Enfermedades, reconocía entonces que la capacidad del país para responder a los nuevos problemas es relativamente débil.
La tardanza en reaccionar se ha tratado de compensar con la adopción de medidas drásticas, una veces a iniciativa del gobierno, otras de la propia ciudadanía, incluyendo el bloqueo de carreteras para impedir la entrada de extraños en los pueblos. El temor a la pérdida de control de la situación ha llevado a las autoridades chinas a amenazar incluso con largas penas de cárcel o la ejecución a quien propague de forma deliberada la neumonía. La aprobación de durísimas medidas legales supone, según algunas organizaciones de derechos humanos, una criminalización de los enfermos, advirtiendo que esas medidas pueden producir efectos contraproducentes y desatar más pánico.
En la actualidad, son miles las personas que se encuentran en situación de aislamiento y millones los emigrantes a los que se les ha prohibido regresar a sus pueblos. Se han cerrado embalses y adoptado normas de desinfección y esterilización de escuelas, mercados, taxis, trenes, centros de ocio, etcétera. Las tradicionales vacaciones del 1 de mayo se suspendieron; los viajes organizados entre provincias se han prohibido; los estudiantes de primaria han disfrutado de varias semanas de vacaciones forzadas; se ha suspendido la entrega de niños en adopción…
Aun con esta contundencia, la imagen de China en el mundo ha quedado gravemente afectada. El temor a la incapacidad de Pekín para controlar la enfermedad y la convicción de que si no se contiene se extenderá por todo el mundo, ha disparado las alarmas. Numerosos países han suspendido sus vuelos a la capital china; en algunos países del golfo Pérsico, con muchos inmigrantes asiáticos, se ha prohibido la entrada a los naturales de las áreas afectadas; Rusia cerraba su frontera con China en Extremo Oriente… En Europa se adoptaban medidas preventivas y la Unión Europea aceleraba la creación de la Agencia Europea de Control de Enfermedades para hacer frente a estas patologías.
Entre el momento en que se detecta el primer caso y las autoridades sanitarias provinciales de Guangdong toman conocimiento de la enfermedad, transcurre mes y medio sin que nadie asuma la gravedad del problema. El primer informe sobre la neumonía, escrito por Zhong Nanshan, director del Centro de Investigación de Enfermedades Respiratorias de Cantón, quien desde comienzos de 2003 está al frente de un equipo de expertos, tiene fecha de 20 de enero y en él se documentan veintiocho casos comprobados, trece de ellos de personal sanitario. Dicho informe fue remitido a todos los centros de salud de la provincia. A partir de ese momento, la in- consciencia se transformó en camuflaje deliberado de la epidemia. En ese
tiempo, los medios de comunicación provinciales dieron cuenta de episodios de pánico y pequeños incidentes, pero evitaron hablar de la epidemia, con un silencio sepulcral directamente impuesto por las autoridades locales.
Mientras el gobierno se esforzaba por imponer a los medios la idea de que la enfermedad no estaba fuera de control, el boca a boca, Internet y los mensajes a móviles causaban furor. Según Washington Post, durante los primeros días de febrero se enviaban más de cuarenta millones de mensajes diarios dando cuenta de la existencia de una “gripe fatal” en Guangdong, haciendo circular la noticia por toda China y abriendo una brecha inmensa en el monopolio del gobierno sobre la información.
El 7 de febrero, las autoridades provinciales enviaron a la capital un informe sobre la enfermedad. El buró político decidió trasladarlo al área de salud pública. En ese tiempo, los afectados en Guangdong ya sumaban novecientas personas, el 45 por cien profesionales sanitarios. A pesar de ello, entre los responsables políticos existe el convencimiento de que controlando la información se controla la trascendencia de la enfermedad. El responsable provincial del Partido Comunista Chino (PCCh), Zhang De- jiang, impuso el silencio. Pero el 11 de febrero, el Guangzhou Daily informó de que eran ya 305 las personas infectadas y que cinco habían muerto, desafiando en toda regla el poder de Zhang Wenkang, ministro de Salud. Al parecer, la publicación de la noticia había sido autorizada por el gobernador provincial, Huang Huahua, afín al secretario general del PCCh y presi- dente chino desde el 15 de marzo de 2003, Hu Jintao. Zhang es leal al ante- rior presidente, Jiang Zemin.
La tensión respecto a la política informativa es muy fuerte en el PCCh pero, finalmente, se impone el criterio de no perjudicar la estabilidad, no dañar el clima económico ni las inversiones. Entre el 18 de febrero y los primeros días de abril no se publican informaciones en China sobre la epidemia. Primaba la idea de que no valía la pena estropear la fiesta del Año Nuevo chino (entre finales de enero y primeros de febrero se estima que unos dieciocho millones de trabajadores de Guangdong, ignorantes de la epidemia, han viajado a sus provincias de origen para celebrar la entrada en el año de la Cabra).
Además, en los primeros días de marzo debía reunirse la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino y la Asamblea Nacional Popular. Nada
debía empañar la normalidad en la transición de poderes y se dieron instrucciones respecto a la imposición de sanciones a quienes violaran la disciplina periodística. La crisis era inoportuna y se impuso el silencio informativo. Aun así, un grupo de delegados de Guangdong propuso en la reunión del macroparlamento la formación de un grupo de trabajo sobre la epidemia. Y el bloqueo informativo disparó algo peor, la rumorología.
Los intentos de camuflar la epidemia se resquebrajaron cuando los expertos de la OMS llegaron a China el 23 de marzo. Tres días más tarde, las autoridades reconocieron la existencia de ocho casos en Pekín. La muerte de una funcionaria finlandesa de la Orga- nización Internacional del Trabajo (OIT) destinada en la capital acentúa la presión exterior. Pero Zhang Wenkang insistía en que la enfermedad estaba bajo control.
La magnitud de la crisis hizo ver a Hu Jintao el enorme problema que amenaza con salpicar el inicio de su mandato presidencial e impulsó la reivindicación de un trato mediático más abierto, alentando un viraje sustancial en la forma de abordarla. El conflicto entre opacidad y secreto de Estado frente al derecho a la información de los ciudadanos, ofreció a Hu la oportunidad de desmarcarse de Jiang Zemin y disponer un plan de choque contra la enfermedad. El primer ministro, Wen Jiabao, secundó al presidente, y ambos consiguieron que Jiang, al frente de la Comisión Central Militar, diera el visto bueno para la participación del ejército en la nueva fase.
Al poco tiempo de destituir a Zang Wenkang y al alcalde de la capital, Meng Xuenong, un viceministro afirmó que el número de casos en Pekín ascendía a 339, 302 más que la semana anterior. Ese mismo día, Hu Jintao visitó la Academia de Ciencias Médicas Militares para destacar el papel de la ciencia y la tecnología (y del ejército) en la lucha contra la neumonía.
En la gestión de la crisis ha habido sus más y sus menos, pero, sin duda, las consecuencias políticas pueden ser importantes. Ya se han producido algunas. En Hong Kong, por ejemplo, la moción de censura presentada contra Tung Chee-hwa, finalmente superada, supuso una ácida crítica a la ineptitud del gobierno local y un revulsivo en el discurrir político de la ex colonia británica, a pesar de que en Hong Kong ha funcionado otro estilo, combinando expertos, más información y colaboración con la OMS. En Taiwan, el 16 de mayo, Twu Shiing-jer, ministro
de Sanidad, presentaba la dimisión por no poder controlar la epidemia.
Pero las mayores expectativas se centran en China y en dos vertientes. En primer lugar, el mantenimiento de la estabilidad social. Se han producido motines y protestas, especialmente en el campo, ante el temor causado por la enfermedad y la falta de información. Los asaltos a hospitales con pacientes afectados y que se hallan cerca del entorno urbano dan buena idea del nivel de desesperación existente en algunos sectores sociales. La política de mano dura, la destitución de altos funcionarios y directores de hospitales por falta de prevención y negligencia parece haber acallado el descontento, pero muchos temen que sólo emerja la punta del iceberg y que en cualquier momento se asista a rebrotes de violencia.
Para calmar los ánimos, el gobierno ha dispuesto la reducción de impuestos a las empresas a cambio de que no despidan a sus empleados y han prometido a las autoridades locales subvenciones para hacer frente a los costes médicos de los enfermos en las áreas rurales y de las familias urbanas pobres, compartiendo el gasto del tratamiento. Todo para asegurar que hospitales y clínicas acepten sin tardanza a los enfermos, garantizando a los ciudadanos el derecho elemental a la asistencia sanitaria.
En segundo lugar, la lectura interna. En el PCCh se manejan dos claves. Primera, que cada vez resulta más difícil controlar la información, por lo que es mejor ofrecerla y contener las desconfianzas. Cuando los mensajes vuelan de forma imparable a través de los teléfonos móviles, el partido y el gobierno se ven contra las cuerdas. La sociedad demanda su derecho a una información veraz y creíble.
Segunda, el Comité Permanente del buró político ha tenido que implicarse directamente en la gestión de la crisis. Hu Jintao y Wen Jiabao, respectivamente al frente del Estado y del gobierno desde el pasado 19 de marzo, han debido hacer frente al problema y a sus consecuencias en cuanto a la economía y a la estabilidad social. Da la impresión de que ambos líderes se han percatado de que la extensión de la neumonía se explica en parte por la naturaleza burocrática del régimen.
Los primeros meses, vitales para impedir la expansión de la epidemia, el gobierno negó obstinadamente la existencia de la enfermedad y rechazó la adopción de controles o medidas de prevención. A la necesidad de una mayor libertad de expresión y apertura informativa se une el realimo. Wen Jiabao reconocía que los servicios médicos en el campo son mínimos, que las capacidades técnicas no son las adecuadas y que el sistema de supervisión y control de epidemias no es bueno. El sistema no sólo no es perfecto sino que resulta manifiestamente mejorable.
Al recuperar el control de la crisis, Hu Jintao ha intentado demostrar que su autoridad no es débil y que está dispuesto a ejercerla, ganándose la lealtad de los secretarios del partido y gobernadores provinciales que estaban en la facción de Jiang Zemin y que ahora enjuician con actitud crítica su talante de ojos vendados ante el problema. Falta por ver si de la línea de actuación de Hu Jintao, más permisiva con los medios, se deduce alguna otra credencial más liberal, y ha encontrado un aliado importante más allá de los muros de Zhonnganhai (sede del gobierno).
En lo económico, resulta difícil evaluar con precisión la influencia que la crisis tendrá sobre el desarrollo del país. Hu Jintao ha insistido en la necesidad de mantener el ritmo de desarrollo e impulsar la demanda interna. Pero en Shanghai, los grandes hoteles anuncian el cierre por falta de clientes y el número de turistas que visita Pekín ha descendido un sesenta por cien en abril. La apelación a los líderes provinciales para que recorten gastos, impulsen el comercio y apoyen la hostelería, el turismo y los transportes, los sectores más afectados, encuentra dificultades en la práctica.
Pese a todo, las autoridades chinas se esfuerzan por demostrar que el crecimiento no se verá afectado. En el Renmin Ribao se anuncia que el crecimiento del comercio exterior con Japón, Estados Unidos, la Unión Europea y Corea ha sido en el primer cuatrimestre de un 35 por cien. En Guangdong, el crecimiento del PIB local ha sido del 12,8 por cien. En Shenzhen, el 15,9 por cien. Sólo se admite un ligero retroceso en Pekín: el crecimiento en abril ha sido del 4,3 por cien, un 0,7 por cien menos que en el mismo mes del año anterior.
En su conjunto, aseguran las fuentes estadísticas oficiales, el crecimiento ha sido del 9,9 por cien en lo que va de año y se espera alcanzar el nueve por cien previsto. Por su parte, el Banco Mundial rebaja las expectativas a un 7,5 por cien, mientras que el Financial Times insinúa que la economía china puede desacelerarse debido a la neumonía. Mucho va a depender del factor tiempo, que incidirá en la recuperación de los sectores afectados.
El ejemplo de las líneas aéreas puede dar una idea del volumen de la catástrofe. Según la Asociación Internacional de Transportes Aéreos, las compañías han experimentado en estos meses un declive mayor que el producido a raíz del 11 de septiembre de 2001. La neumonía, en opinión del WTTC (World Travel Tourism Council) puede costar al turismo mundial 2,9 millones de puestos de trabajo. En China se estima una caída del sector del veinticinco por cien, cuando se es- peraba crecer el seis por cien.
En mayo, el epicentro de la epidemia se desplazó a Taiwan, con un aumento exponencial de los afectados, oleadas de pánico e incluso algún suicidio. Taipei ha reaccionado con una gran movilización, especialmente del ejército. El ministerio de Defensa ha aportado cinco hospitales para la lucha contra la enfermedad. Una fábrica situada en Tainan, que habitualmente produce uniformes, ahora confecciona mascarillas; otra produce elementos de protección para el personal sanitario. Los soldados desinfectan las calles con vinagre y una unidad de guerra antibacteriológica, con el premio Nobel de Química de 1986 al frente, Yuan T. Lee, se ha movilizado para responder a la crisis. Estas medidas de choque se han re- forzado con más equipos de diagnóstico y remoción de altos cargos en los departamentos de salud pública, empezando por el propio director de la oficina central.
Pero la epidemia no se detiene. El vicepresidente del Instituto de Investigación Económica, David Hong, ha llegado a proponer el cierre del país durante diez días para contener la progresión de la enfermedad. Las pérdidas, asegura, serán menores que las ocasionadas por tres meses de guerra larvada contra el virus. El presidente de la Cámara General de Comercio, Gary Wang, ha sugerido la suspensión de todas las transacciones financieras. La cifra de negocios vinculada al turismo o al transporte aéreo ha caído hasta un ochenta por cien.
En medio de la crisis, resurge la tensión en el área. El primer caso se detectó en Taiwan el 13 de marzo, en viajeros procedentes del continente, pero la OMS sólo ha podido enviar dos expertos siete semanas después, cuando China dio su autorización. Coincidiendo la epidemia con los debates de la LVI Asamblea Mundial de la Salud, reunida en Ginebra entre el 19 y el 28 de mayo, el presidente Chen Shui-bian consideró que había llegado el momento de que la OMS aceptara a Taiwan en su seno, como una entidad de salud y a título de observador. Pero el intento ha sido inútil. Una vez más, los representantes de Pekín han impedido la inclusión de la propuesta en el orden del día de la cumbre, se opone alegando que sólo un Estado soberano puede ser admitido en la OMS.
En una reunión con dirigentes de su partido, Chen Shui-bian, que el año próximo debe afrontar unas difíciles elecciones presidenciales, ha lanzado la idea de una consulta popular para confirmar la unanimidad social existente respecto a la adhesión a la OMS, no sólo para garantizar mejor la asistencia de dicha organización en situaciones graves como la presente, sino para aportar la contribución de Taiwan a las actividades de la institución. Habida cuenta de la presencia de numerosos taiwaneses en todo el mundo, carece de sentido que se le excluya de la realidad jurídica internacional. Alguna fórmula debería encontrarse.
Por otra parte, en una entrevista con la CNN, el subsecretario general de la presidencia, Joseph Wu, anunciaba una revisión de las relaciones entre los dos lados del estrecho de Taiwan, cuestionando el futuro de los llamados tres “minienlaces” de comercio, transporte y correo entre los islotes de Tai- wan y algunas ciudades portuarias del sur de China. En la isla de Kinmen, la asamblea municipal decidía proponer a Taipei la suspensión por un mes de los minienlaces y durante diez días las actividades comerciales con Xiamen.
En los últimos años, China ha privilegiado la atracción de la inversión externa, ha construido carreteras, autopistas, aeropuertos, pero no hospitales suficientes. El sistema de salud, especialmente en el campo, ha sido desmantelado. A toda prisa, el gobierno ha debido anunciar la urgente construcción de servicios médicos de atención, la adquisición de equipos de necesidad perentoria, la creación de salas de observación, obras de tratamiento de residuos, la compra de vehículos de transporte especial, planes de formación para elevar la capacidad del país en su conjunto y afrontar la crisis con un mínimo de garantías. El viceprimer ministro, Zeng Peiyan, presidente de la Comisión de Desarrollo y Reforma, ha comprometido los fondos derivados de la deuda pública para financiar estas actuaciones.
Todos reclaman ahora una mayor atención a la salud pública. No se trata sólo de una cuestión sanitaria, sino social y económica. No se debe olvidar que para detener la enfermedad, además de mejorar el sistema de salud procede, por ejemplo, cortar o reducir el flujo de los millones de trabajadores que van del campo a la ciudad, unos 94 millones de obreros rurales inmigrantes que en 2002 han enviado remesas a sus aldeas de origen por valor de 326.000 millones de yuanes.
La enfermedad ha puesto de manifiesto, una vez más, las contradicciones sociales existentes en China, las dificultades del régimen para actuar con diligencia y, sobre todo, la importancia de atender a la dimensión social de la reforma. No es sólo un problema del sistema de salud, otro tanto se podría decir del sistema educativo, de la seguridad en el trabajo, etcétera. Recordando la vieja expresión maoísta, China debe caminar con las dos piernas para evitar caídas que pueden costarle una difícil recuperación.
La imagen de China en la región y en el mundo ha quedado en entredicho. La neumonía ha sido una prueba inesperada. El país ha reaccionado con lentitud y, peor aún, ha intentado atenuar la gravedad de la situación. No se trataba de un problema local, ni cabía pensar más en los intereses inmediatos que en las personas. No se trataba de silenciar, sino de hacer más prevención. No pocos se preguntan hoy hasta qué punto los intercambios con China constituyen un peligro si su gobierno actúa tan irresponsablemente en una situación tan grave. Hu Jintao debe disipar las dudas y temores impulsando un nuevo modo de actuar.