La caída del régimen libio creó en su día un efecto mariposa geopolítico que ha contribuido a aumentar las vulnerabilidades en el Sahel. Es de todos sabido que la Libia de Muamar Gadafi ejerció una influencia –directa o sutil– sobre los países del Sahel. Muchos de esos regímenes fueron apoyados o desestabilizados por la Libia de Gadafi. Los opositores y movimientos armados de los países del Sahel encontraron a menudo un atento interlocutor en Libia. El fin del régimen, deliberado y organizado en mayor o menor medida, fue determinante para que el Sahel llegara a su situación actual.
El reciente fallecimiento del presidente chadiano, Idriss Déby, una suerte de caudillo de la subregión saheliana, ha hecho temer una desarticulación de las fuerzas armadas del país, que habían ganado fama de temibles y se habían demostrado eficaces en la guerra contra el yihadismo. Los observadores siguen de cerca la sucesión y el impacto que esta pueda tener esta en la seguridad del Sahel.
El Sahel es también un litoral, como su nombre indica. Litoral del norte de África, puerta de Europa, litoral del África subsahariana, es la franja de territorio donde el África negra se encuentra con el África árabe. Un encuentro cuya historia está marcada por la diversidad, la movilidad, el proselitismo, los intercambios y el contrabando.
El Sahel es un litoral del norte de África y también lo es, por tanto, de Europa. Su situación geográfica lo convierte en un espacio geopolítico en el que buscan posicionarse varias potencias y entidades influyentes. Europa y Estados Unidos, en su lucha contra el terrorismo y el yihadismo global, están construyendo o asentando bases militares en el Sahel, convencidos de que grupos terroristas como Al Qaeda y Estado Islámico del Gran Sahara (EIGS) quieren convertir el Sahel en el nuevo santuario, la nueva base yihadista desde donde preparar nuevos atentados. Estos grupos han hecho el sorpasso a los rebeldes tuareg y los tubu, que planteaban desde hacía décadas uno de los principales desafíos geopolíticos en el Sahel.
Se cree asimismo que el subsuelo del Sahel es rico en recursos hídricos, pero también gasísticos y minerales (oro, uranio, hierro, etcétera). De ser así, diversos actores internacionales podrían dar rienda suelta a su codicia y tratarían de justificar, sin duda, su presencia en la subregión.
Las políticas de desarrollo aplicadas hasta hoy no han conseguido crear riqueza para la población, especialmente en las zonas rurales. Una de las paradojas de la política de desarrollo planteada por un antiguo ministro de Burkina Faso es que el Estado priorice, desde hace décadas, la inversión en la agricultura en detrimento de la ganadería. Sin embargo, la economía y el ecosistema sahelianos se estructuran en gran medida en torno a la ganadería. Así, pues, esa política ha tenido consecuencias negativas para la vida de las comunidades de pastores nómadas, que son una parte importante de la población saheliana. Es fundamental hacer más inversiones estructurales en los ecosistemas ganaderos, aunque resulte complicado disociar la ganadería de la agricultura. En efecto, estos sectores comparten espacios, pero su vocación es diferente, de ahí la noción de “espacio multifuncional”. En Níger, por ejemplo, las zonas agrícolas se convierten en zonas ganaderas tras la cosecha. La reorientación de las inversiones hacia el sector ganadero sería una pieza más en la estrategia de lucha contra el extremismo violento y los conflictos comunitarios.
El Sahel se nos dibuja también como un lugar imaginario, caracterizado por su inmensidad, su hostilidad, su rebeldía ante cualquier voluntad de dominación y su peligrosidad. El Sahel es también un lugar pintoresco, de ensueño gracias a sus dunas de arena. Este imaginario sigue ejerciendo cierto influjo en la relación que mantienen con el territorio los Estados y actores presentes en él. La inmensidad del Sahel se materializa en la gran extensión de los Estados que lo componen. Malí y Níger se encuentran entre los países más extensos del mundo, lo que hace de la creación de redes territoriales todo un desafío. Además, la mayoría de los Estados del Sahel no disponen de medios financieros y técnicos para controlar sus fronteras; esta circunstancia queda ejemplificada en la llamada zona trifronteriza, entre Malí, Burkina Faso y Níger, en la que se producen hoy la mayoría de los atentados terroristas del Sahel. Sin embargo, encontraremos una explicación si ahondamos en los detalles: esta zona trifronteriza es la periferia de los tres países citados (en línea con la idea de sistema-mundo de Immanuel Wallerstein). En el caso de Níger, no obstante, es necesario introducir un matiz, pues la capital, Niamey, dista más de 200 kilómetros de Malí o de Burkina, mientras que Agadez está a casi 1.000 kilómetros de Niamey y Diffa, a más de 1.300. La mayor parte de estos territorios considerados periféricos están muy lejos de Niamey y, por ello, sufren multitud de carencias. Quienes viven en estas periferias sufren la ausencia del Estado y carecen de acceso a servicios sociales básicos. Los actores violentos y otros grupos yihadistas explotan este resentimiento de la población e intentan suplir al Estado prestando servicios sociales (atención médica, acceso al agua potable, etc.), consiguiendo, de este modo, el apoyo de ciertos sectores de la población en algunas localidades. Así lo demuestran las investigaciones realizadas en la zona trifronteriza (The International Spectator, volumen 55, 2020).
El Sahel es asimismo escenario de enfrentamientos entre grupos yihadistas y fuerzas de seguridad y defensa. Las fuerzas nacionales, aliadas con mayor frecuencia con fuerzas militares extranjeras (Takuba, Barkhane, fuerzas conjuntas, etc.), llevan a cabo operaciones para asegurar los territorios sahelianos. Según algunos estudios, estas operaciones militares han provocado numerosas víctimas civiles (véase el informe de la Coalición Ciudadana del Sahel, abril de 2021). Para algunos analistas, estas operaciones, aunque tengan éxito en sus objetivos –dejar fuera de combate a los grupos yihadistas– causan muchos daños colaterales, los cuales fomentarían el extremismo violento (véase http://www.prevex-balkan-mena.eu).
En el Sahel, las poblaciones se muestran cada vez más preocupadas. A pesar de la presencia constante de actores internacionales (programas de desarrollo y cooperación militar), los habitantes del Sahel tienen la impresión de que la acción internacional ha entrado en punto muerto. Los avances en el ámbito de la seguridad, la ayuda humanitaria o el desarrollo son lentos, a pesar del compromiso en vigor desde hace varios años. Por esta razón, analistas y especialistas debaten sobre los enfoques y métodos que es necesario revisar con miras a afrontar los numerosos retos de la región.
Presión demográfica, migración y cambio climático, principales desafíos
Es inconcebible hablar del Sahel sin mencionar los tres grandes desafíos a los que se enfrentan algunos de los países de la región. El primero de ellos tiene que ver con la presión demográfica. Países como Níger siguen presentando una tasa de natalidad muy alta, y las políticas demográficas siguen siendo tímidas debido a las reticencias sociales, alimentadas por teorías conspirativas sobre la eugenesia. Se trata de una zona con una población joven y numerosa (véase Étude monographique sur la démographie, la paix et la sécurité au Sahel : le cas du Malí, UNFPA). Urgen un sistema educativo y oportunidades de empleo. La espinosa cuestión de la educación, la formación y la inserción laboral de los jóvenes sahelianos obliga a hablar de su exposición a los cantos de sirena del extremismo violento. En efecto, diversas investigaciones han demostrado que la vulnerabilidad de los jóvenes del Sahel a los llamamientos de actores violentos y otros grupos yihadistas se ve acentuada por la falta de perspectivas para poder formarse e integrarse social y profesionalmente en su propio entorno.
Esta falta de perspectivas sociales y profesionales para los jóvenes del África subsahariana y saheliana ha convertido al Sahel en una ruta de tránsito hacia Europa y el Mediterráneo. La historia se repite: por el Sahel pasaron en su día rutas caravaneras y hoy se ha convertido en la nueva vía de escape para los jóvenes africanos que desean emigrar a Europa. Esta novedosa situación ha empujado a algunos países del Sahel a hacer las veces de baluarte en la gestión europea de las migraciones (Frontex, EUCAP-Sahel, Hot spots), y a firmar acuerdos denostados por la opinión pública o promover una legislación que podría conducir a una especie de aporía jurídica. Es el caso de la ley 2015-36 que Níger habría aprobado, según algunos analistas, presionado por países europeos.
No obstante, es importante recordar que la migración africana a Europa representa únicamente el 3%de todos los flujos migratorios africanos, sobre todo para rebatir la idea preconcebida de una supuesta “invasión” de Europa por parte de jóvenes africanos. De hecho, la mayor parte de africanos migran dentro de su propio continente, habiéndose observado un alto nivel de movilidad en África Occidental. Aun no hay grandes avances en investigación sobre la movilidad intraafricana, pues la mayoría de los trabajos sobre migraciones africanas se centran en los flujos migratorios hacia Europa. Se argumenta incluso que el aumento de la movilidad intraafricana podría, a largo plazo, reducir de manera acentuada los flujos hacia Europa.
Otro desafío importante al que se enfrenta el Sahel y que influye de manera importante sobre los dos grandes retos mencionados es el del cambio climático. Diversas investigaciones demuestran un aumento de las precipitaciones en algunos lugares y la escasez de recursos hídricos en otros. Estas condiciones climáticas provocan inundaciones que empujan a diversas poblaciones a abandonar su entorno de vida habitual. Además, obligan a las poblaciones nómadas y a los pastores a desplazarse distancias muy largas y, a veces, a romper las reglas de la trashumancia, pese a que existen cañadas y corredores trashumantes, consensuados a menudo entre países colindantes. Los analistas advierten de que “la relación directa que a veces se establece entre el calentamiento global, el agotamiento de los recursos y el incremento de la violencia no proporciona un marco adecuado para formular respuestas pertinentes” (Informe 154 del International Crisis Group, abril de 2020).
El cambio climático, que también tiene causas antropógenas, ha exacerbado la competencia por el acceso a los recursos naturales y su apropiación. Los espacios naturales o gestionados por el Estado son cada vez más codiciados por un número creciente de actores. Los pastores del delta del Níger, en Malí, necesitan cada vez más pastos, y las masas boscosas del Sahel ofrecen refugio a un número cada vez mayor de grupos yihadistas, que expulsan a los funcionarios –símbolos de la presencia del Estado– encargados de la gestión de los recursos hídricos y forestales. El impacto del cambio climático en los conflictos del Sahel es real y probablemente irá en aumento, a menos que se tomen decisiones políticas encaminadas a optimizar la gestión de los recursos naturales a todos los niveles.
Cada vez se habla más de la “trampa del Sahel” y de la amenaza de que países como Malí y Burkina Faso se conviertan en los próximos Somalía y Afganistán, debido a los numerosos conflictos comunitarios que afloran, que afectan gravemente a la convivencia. Comunidades que han convivido durante siglos pasan, de un día a otro, a ser enemigas. El análisis de estos conflictos comunitarios muestra su carácter multidimensional y pone de relieve la cuestión étnica. Por suerte, la mediación llevada a cabo por actores locales e internacionales permite alcanzar acuerdos y pactos entre distintas comunidades enfrentadas (por ejemplo, la ONG suiza Centre for Humanitarian Dialogue). Cada vez más comunidades, sobre todo en Malí, cifran su cohesión social en acuerdos o pactos a los que otorgan valor jurídico. Es importante que los observadores muestren un mayor interés por estas dinámicas de base, que buscan crear resiliencias frente a una fragilidad más que demostrada.
Por último, es necesario señalar que el Sahel está formado por países francófonos que han vivido la experiencia colonial, difícil de cerrar a pesar de las políticas francesas relativas a África, las cuales vacilan entre “la voluntad de transformación y la continuidad de un sistema institucional heredero del largo pasado colonial y neocolonial”. (Depagne R., mayo de 2021). No se puede hablar del Sahel sin tratar la relación con Francia. Mientras se debate sobre el futuro de la presencia francesa en el Sahel, el regreso de los militares al poder en Malí ha llevado a suspender la cooperación militar francesa con las fuerzas armadas malíenses. ¿Qué efectos tendrá esta suspensión sobre el terreno y sobre las futuras relaciones entre los distintos colectivos interesados en el Sahel? El paso de los meses lo dirá.