POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 224

Érase una vez el Oeste (American Primeval) (2024) Dirección: Mark L. Smith (creador) y Peter Berg. 6 episodios. Estados Unidos

El retorno trumpiano del Western

‘Érase una vez el Oeste’ reengancha con la revisión del género Western, salpicada de violencia y realismo.
Javier García Toni
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El barro, la sangre, la mugre y la nieve son tan realistas que manchan. Casi hay que sacudirse la cochambre después de apagar la televisión y pensar en esa vuelta al Oeste, a la última frontera, a la naturaleza salvaje que lleva al individuo a las situaciones más extremas. La serie creada por Mark L. Smith –que escribió también El renacido y recrea un universo con muchas similitudes– y dirigida por Peter Berg, Érase una vez el Oeste (2025), nos devuelve un bofetón de violencia y crueldad donde la humanidad solo brilla levemente entre situaciones primitivas en las que, como espectador, se agradece que nadie haya inventado todavía las proyecciones con olores.

Hay western en la serie. Hay territorios sin ley, hay indios, hay buenos y hay malos, los mormones en este caso, representados como una secta fanática liderada por un mesías teocrático.

Hay paisajes, naturaleza y hay anhelo de viaje, de oeste, de frontera, de expansión civilizatoria. Y hay California como meta. Pero faltan los elementos románticos del western. No hay folk, ni bailes, ni saloons, ni pueblos con soportales, ni tren, ni whisky, ni sheriffs. No hay nada de eso porque el director nos lleva a una Utah de mediados del siglo XIX donde no hay –todavía– nada de eso.

 

«Ni la producción, ni la dirección ni el guion dan tregua al espectador: Lo que se puede torcer se tuerce y lo malo que puede suceder, sucede»

 

Sobresale la fotografía, el maquillaje y la ambientación. Sobresalen los actores, mimetizados con el paisaje, y la violencia. Es el último sitio en el que estar, y sin embargo allí están los personajes. Colgándose de una guerra casi olvidada, la rebelión mormona en Utah a mediados del siglo XIX, antes de la Guerra de Secesión, la serie nos muestra lo absurdo de una situación de masacre sin ley, sin orden ni concierto, sin belleza ni épica.

Solo hay guerra, muerte, violencia, supervivencia y desconfianza. Es indudable que esos son algunos de los ingredientes que salpican la formación del país. La expansión hacia un Oeste mitificado, lo que hemos visto en tantas y tantas películas, en realidad esconde un subsuelo tenebroso que es el que está representado en Érase una vez el Oeste.

Nunca hay sol ni azul, ni canto de pájaros ni colores vivos, siempre tapados por un filtro frío que elimina la saturación del color. Ni la producción, ni la dirección ni el guion dan tregua al espectador: todo lo que se puede torcer se tuerce, todo lo malo que puede suceder, sucede.

 

«Hay subsuelos tenebrosos bajo la nostalgia de pasados imperiales. Hay sangre, desesperanza y violencia debajo de las voces doradas»

 

La revisión del género, que ha vuelto en los últimos años, contiene una mirada de retorno. Hay espíritu de época, que también contiene una mirada de retorno. El Oeste ya fue una vez y el siglo XIX, también. El orden internacional sin reglas, basado en la arbitrariedad y la ley del más fuerte, también fue ya una vez. Hay subsuelos tenebrosos bajo los discursos grandilocuentes y la nostalgia de pasados imperiales. Hay sangre, desesperanza y violencia debajo de las voces doradas. Hay Europas fundadas sobre las cenizas de aquello para, con suerte, darnos cuenta del valor enorme de todo lo que conseguimos.

Es verdad que el género western experimenta un interesante revival. Pero el desasosiego que deja esta serie se entremezcla con el que dejan las páginas internacionales de los periódicos, donde agresores y agredidos se confunden, dignidades e indignidades valen lo mismo y se pueden decir, sin coste, algunas barbaridades expansionistas que creíamos erradicadas del lenguaje público internacional. Es difícil dejarse convencer. Utah está mejor hoy que entonces. El mundo está mejor hoy que entonces. Y lo que fue realidad está mejor siendo ficción hoy, y no como entonces.