El siglo XXI ha sido testigo del regreso de tradiciones de la política exterior estadounidense que se consideraban en gran medida vestigios de un pasado superado. El populismo nacional jacksoniano, que en su día se
desechó como un sentimiento inmaduro que una nación ilustrada había dejado atrás, regresó con furia tras el 11-S. Con la invasión de Irak por el gobierno de George W. Bush en 2003, el aislacionismo jeffersoniano –la creencia de que la intervención de Estados Unidos en el extranjero sólo conduce a guerras interminables, al enriquecimiento de las élites corporativas y a la erosión de la democracia estadounidense– también resurgió como una fuerza potente tanto en la derecha como en la izquierda.
Estas dos escuelas recobraron importancia cuando se rompió el consenso sobre política exterior de la posguerra fría. Después de 1990, un consenso ampliamente liberal y globalista definió los límites dentro de los cuales los internacionalistas liberales, en su mayoría demócratas, competían contra los neoconservadores, en su mayoría republicanos. La retirada del presidente Barack Obama de la intervención humanitaria tras la desastrosa campaña en Libia en 2011 ilustró el debilitamiento del internacionalismo liberal entre los demócratas. También lo hizo su respuesta comedida a la agresión rusa contra Ucrania en 2014. Del mismo modo, la sorprendente victoria de Donald Trump en las primarias presidenciales republicanas de 2016 señaló el colapso del neoconservadurismo como fuerza electoral significativa entre las bases republicanas. En ambos partidos, la moderación eclipsó a la intervención como modo dominante de política exterior, y el compromiso con el libre comercio dio paso a diversas formas de proteccionismo y política industrial.
«El consenso liberal y globalista se derrumbó justo cuando la competencia geopolítica volvía al centro de los asuntos mundiales»
El consenso liberal y globalista se derrumbó justo cuando la competencia geopolítica volvía al…