Un incipiente ‘neogolpismo’, las derivas internacionales del conflicto colombiano, la militarización de la lucha contra las drogas y el incremento de los presupuestos de defensa son los signos de un preocupante y creciente uso de la amenaza y la fuerza en América Latina.
En América Latina la transición democrática, el fin de la guerra fría, el impulso a la integración, el auge de la globalización y el papel de Estados Unidos a principios de los años noventa condujeron a superar muchos de los motivos que históricamente llevaron a un desmesurado papel de las fuerzas armadas en la política interna y exterior de los países. Con grados diversos de efectividad y profundidad, el control político sobre los militares fue progresando y las tradicionales hipótesis de conflicto entre naciones vecinas fueron cediendo. Se produjeron así, algunos avances y logros -nuevamente con niveles distintos de desarrollo y consolidación-.
En algunos momentos de excesiva algarabía, durante la década de los noventa se postuló la plena gestión democrática de los asuntos de defensa, el fin de las rivalidades en la región y el advenimiento de la seguridad cooperativa en el hemisferio. Muchos proclamaron que los «dividendos de la paz» también llegarían a las periferias: en el caso latinoamericano implicaba menos gastos militares, más subordinación militar al poder civil y mayor atención al secular problema de la desigualdad.
El contexto actual, sin embargo, exige reubicar la cuestión militar en razón de su potencial impacto sobre la situación de derechos humanos y la democracia en la región. Entiendo la cuestión militar en un sentido estrecho, y se refiere a la centralidad alcanzada por los asuntos que implican la amenaza y el uso de la fuerza, así como a la relevancia de un control civil y democrático para evitar costes colectivos de diverso tipo para una nación y…