Autor: Jim Sciutto
Editorial: Dutton
Fecha: 2024
Páginas: 368
Lugar: NY

El regreso de los emperadores

Un testimonio presencial de cómo transcurre la historia en tiempo real y su descripción del nuevo desorden mundial que ha generado la concurrencia simultánea en la escena de Donald Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping.
Luis Esteban G. Manrique
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Siempre llega el momento en el que los pueblos se inclinan por las ideas simples y la sabia brutalidad de los hombres fuertes (…) La democracia es hermosa; te da muchas libertades, incluida la de destruirla…

Benito Mussolini, citado por Antonio Scurati en M (2022)

 

Aunque publicado por primera vez en 1962, The guns of august, la magistral recreación de Barbara Tuchman del estallido de la Gran Guerra, sigue siendo un clásico insuperado y reeditado periódicamente por su incisivo análisis de las causas y motivaciones –de reyes, políticos, generales…– que llevaron a Europa a un suicidio colectivo que acabó con cuatro grandes imperios y sembró las semillas de una guerra aun mayor que provocó la pérdida de sus últimos imperios coloniales, desde el norte de África y el Congo a Indochina y la Polinesia.

Según Tuchman, la inflexibilidad de los planes de guerra de la Europa antebellum hizo imposible una salida diplomática a la crisis. En Sleepwalkers (2013) Christopher Clarke muestra cómo la incapacidad de las capitales imperiales europeas –Londres, París, Berlín, Viena…– de contener las guerras, caóticas y genocidas, de los Balcanes (1912 y 1913), terminó arrastrando al Viejo Continente a la catástrofe.

Después de la crisis de los misiles de 1962, John F. Kennedy reveló que durante los angustiosos 13 días (15-28 de octubre) en los que negoció con Nikita Kruschev una salida al laberinto estratégico que estuvo a punto de desencadenar una guerra nuclear, estuvo leyendo la obra maestra de Tuchman, que le dio lecciones clave sobre el tipo de decisiones que debía evitar, sobre todo la de no presionar a los rusos ni un centímetro más allá de lo necesario.

Kennedy rechazó las sugerencias del Pentágono de invadir o bombardear Cuba y envió a su hermano Robert a negociar en secreto con el embajador soviético en Washington, Anatoly Dobrynin: el backchannel que propició el acuerdo que desactivó la crisis: la URSS retiraría sus misiles de la isla antillana a cambio de que Estados Unidos retirara sus propios misiles de Turquía.

El presidente le dijo a su hermano en los jardines de la Casa Blanca que nunca haría nada que le permitiera a alguien escribir algún día un libro que se llamara The Missiles of October. Estuvo cerca. El 27 de octubre, en un incidente que tardó años en conocerse, la US Navy detectó un submarino soviético B-59 frente a las costas de Cuba. Para obligarlo a emerger, sus barcos lanzaron cargas de profundidad que hicieron creer al capitán del submarino que la guerra ya había comenzado y ordenó lanzar un torpedo armado con una cabeza nuclear.

El comandante de la escuadra soviética –que estaba también a bordo del B-59– anuló la orden por precipitada, con lo que evitó el Armagedón.

 

Historia en tiempo real

El último libro de Jim Sciutto, corresponsal de la CNN para asuntos de seguridad y exjefe de gabinete de la embajada de EEUU en Pekín (2011-2013), bien podría titularse Los misiles de los años veinte. Entre otras cosas por su testimonio presencial de cómo transcurre la historia en tiempo real y su descripción del nuevo desorden mundial que ha generado la concurrencia simultánea en la escena de Donald Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping.

Su enorme poder en cuestiones de guerra y paz, su común obsesión con mapas antiguos y territorios irredentos trasladan, como en un túnel del tiempo, el mundo actual a la Europa de finales del siglo XIX, cuando sus imperios se disputaban el predominio global. Por entonces, el rumbo de los acontecimientos dependía en gran medida de las decisiones de tres emperadores dinásticos de las casas Habsburgo, Hohenzollern y Romanov. Los contrapesos a su poder eran menores de los que limitaban los del sultán de la Sublime Puerta, por entonces sometido a los ultranacionalistas jóvenes turcos del Comité Unión y Progreso.

 

Neoemperadores

Sciutto, que con un estilo sucinto destila las complejas ideas de la escuela realista de las relaciones internacionales, traza inquietantes paralelismos entre esa época y la actual. China, un régimen de partido único desde 1949, sigue siendo hoy una autocracia.

Tras los mandatos limitados de los herederos de Deng Xiaoping –Zhao Ziyang (1987-1989), Jiang Zemin (1989-2002) y Hu Jintao (2002-2012)– el PCCh optó por otorgar una presidencia vitalicia de facto a Xi Jinping, cuyo pensamiento-guía se ha convertido en el nuevo fundamento ideológico de la República Popular.

Xi tiene siete títulos oficiales, entre ellos los de “arquitecto de la nueva era y servidor de la felicidad del pueblo”. En Moscú, las cosas no son muy distintas. Según escribe en Foreign Policy William Taubman, biógrafo de Kruschev y Mijail Gorbachov, los antiguos secretarios generales del PCUS envidiarían el poder que ha concentrado Vladimir Putin en sus manos. En 1964, en un golpe palaciego, el Soviet Supremo, el Comité Central y el Politburó destituyeron a Kruschev.

No parece probable que le vaya suceder algo así al nuevo amo del Kremlin, que como exagente del KGB sabe mucho de intrigas y conspiraciones y sobre cómo abortarlas. Según Dmitri Medvédev, uno de sus presuntos delfines, las potencias nucleares no pierden conflictos de los que depende su destino. Y los del zar y su corte, podría haber añadido.

Lo que pocos habían previsto era que la Casa Blanca se sumaría al Kremlin y Zhongnanhai como sede de un poder que busca ser omnímodo. Antes de abandonar la embajada en Tokio, Rahm Emanuel, que hubiese sido el secretario de Estado de Kamala Harris, comentó al Financial Times que una de las cosas que le habían enseñado los últimos 20 años es que “lo imprevisible es más previsible que lo predecible”. No exageraba.

Según comenta a Der Spiegel Laurence Tribe, profesor de derecho constitucional de Barack Obama en Harvard Law School, el Tribunal Supremo ha concedido a Trump los “poderes de un monarca” al dictaminar que un presidente goza de absoluta impunidad en sus actos oficiales, incluso si ordenara al fiscal general actuar contra opositores políticos. En su voto de disenso, la juez Sonia Sotomayor, señaló que el presidente estaba desde ahora “por encima de la ley”.

Tras la sentencia, el propio Biden dijo que, a partir de ahora, los únicos límites del poder presidencial los determinará su moralidad, una palabra que suena a “obligación, limitaciones y sacrificio” como recuerda Hanno Suer en The invention of good and evil (2024), virtudes que pocos asocian con Trump.

Su toma de mando en el Capitolio fue más una coronación que una inauguración. Su discurso, que no leyó, estuvo lleno de alusiones a la “intervención divina” que le salvó la vida cuando un francotirador lo quiso matar en un acto de campaña y al “destino manifiesto” que él estaba llamado a cumplir para engrandecer a Estados Unidos incorporando nuevos territorios y rebautizando océanos y picos nevados.

 

Mensajes de advertencia

El fin de la guerra fría no marcó, según Sciutto, el triunfo definitivo de ningún sistema político, solo una pausa en la confrontación entre las grandes potencias y que hoy se libra en todos los frentes geopolíticos imaginables, desde el espacio exterior al fondo de los océanos. Aquellos que cruzan los cables de fibra óptica que ya están siendo saboteados desde el Báltico al mar del Norte y en torno a Taiwán.

El 22 de febrero de 2022, cuando comenzó la invasión rusa, Sciutto estaba en Kiev cubriendo para la CNN una crisis que muchas capitales europeas se negaron a reconocer hasta que ya era demasiado tarde. Casi todas estaban convencidas de que la guerras entre grandes potencias –y a pocas horas de vuelo de Berlín o Roma– eran cosa del pasado. Al fin y al cabo, desde 1989 habían predominado guerras antisubversivas como las de Irak, Afganistán o Siria.

Fue un espejismo que se disolvió en Ucrania en la que hoy Rusia y la OTAN libran una proxy war: el tipo de guerra que se produce cuando dos –o más– potencias utilizan a terceros como sustitutos para evitar enfrentarse directamente. Según el US Naval War College, Rusia está dedicando el 8% del PIB al gasto militar, una cifra sin precedentes desde el fin de la guerra fría. La economía china es 10 veces mayor que la rusa, pero Moscú tiene 20 veces más armas nucleares que Pekín.

 

Rumores de guerras

Sciutto describe varias escenas que muestran con crudeza las reglas de juego de una nueva guerra fría sin las redes de seguridad que proporcionaban los antiguos tratados de desarme –SALT, Start…– hoy desmantelados tras su no renovación y los canales de comunicación formales entre los mandos militares soviéticos y los de la Alianza Atlántica.

No es casual que las fricciones se produzcan en zonas que marcaban antiguas fronteras imperiales en las que las actuales potencias –China y Rusia– quieren restablecer sus antiguas esferas de influencia. Según David Frum, editor de The Atlantic, Trump, a su vez, es el primer presidente desde 1945 que pone en duda la utilidad de las alianzas y hasta la propia noción de seguridad colectiva como piedra angular del orden internacional.

No menos interesantes son las reveladoras –y a veces alarmantes– entrevistas con políticos, militares y diplomáticos, entre ellos el general John Kelly, exjefe de gabinete de Trump, el almirante James Stavridis, excomandante supremo aliado, o Kaja Kallas, hoy jefa de la diplomacia europea, que le expresa abiertamente su temor a que Estonia y sus dos vecinos bálticos vuelvan a ser abandonados por aliados que “ni siquiera saben dónde estamos en el mapa”.

Kelly, por su parte, le cuenta que la única forma que tenía de disuadir a Trump para que no tomara decisiones como la de sacar a EEUU de la OTAN, era insistiéndole de que podía afectar su popularidad. Bill Burns, director de la CIA, le dice que los mayores riesgos radican en incidentes que deriven en algo más grande: colisiones accidentales, atentados terroristas no reivindicados, misiles desviados de su trayectoria…

 

Oceanía, Eurasia y el Sureste Asiático

Según escribe Daniel Immerwahr en How to hide an empire (2019) Trump tiene un agudo instinto político para percibir posibilidades que otros políticos ignoran, entre ellas la de que el mundo está regresando a la era de la expansión territorial como la propone Trump en Groenlandia o el Canal de Panamá.

En 1787, recuerda, James Madison escribió que el expansionismo sirve para abrir mercados, pero también como válvula de escape de las tensiones sociales y para impulsar el desarrollo científico, económico y tecnológico.

En el epílogo, Sciutto pone en duda el compromiso de Trump con la seguridad de Ucrania o Taiwán, especulando con la idea de que podría pactar con Xi y Putin una nueva Yalta para trazar las fronteras de sus respectivas esferas de influencia, que coincidirían con las de los tres superestados ficticios que George Orwell describió en 1984: Oceanía, Eurasia y Estasia.

En ese extremo, Washington –que con el 4,5% de la población mundial, EEUU representa el 20% del PIB y 37% del gasto militar global– limitaría sus ambiciones territoriales al hemisferio occidental. En términos absolutos, el gasto militar asiático –incluidos los de India y China– representa ya más de la mitad del total mundial y cuatro veces mayor que el europeo.

En su campaña, Trump dijo que Taiwán había “robado” a EEUU el negocio de los semiconductores y que debía pagar más por su “protección”. John Bolton cuenta que Trump le dijo que si China invadía la isla, EEUU no podría hacer nada al respecto: “There isn’t a fucking thing we can do about it”. 

Solo un 47% de los surcoreanos cree que EEUU sacrificaría Los Ángeles por Seúl, lo que no les deja otra opción que hacerse con su propio arsenal nuclear, algo que hoy apoya el 71%. En cuatro años, el secretario de Estado de Joe Biden, Antony Blinken, viajó 16 veces a Israel, un país de 10 millones de habitantes, y solo cuatro al África, un continente que alberga a 1.500 millones de personas.

Según los sondeos del European Council on Foreign Affairs, el 36% de los rusos y el 39% de los chinos se perciben como aliados mientras que solo el 22% de los europeos creen lo mismo de EEUU.

 

Si vis pacem para bellum 

Tras la negativa de Trump a descartar el uso de la fuerza en Groenlandia, el ministro de Exteriores francés, Jean-Noël Barrot, dijo que la UE no permitirá que otras naciones, sean quienes sean, ataquen sus fronteras”, reconociendo que “hemos entrado en una era en la que está de regreso la ley del más fuerte”.

El problema, es que, según una encuesta de YouGov que publica Die Zeit, solo el 11% de los jóvenes alemanes estaría dispuesto a defender su país con las armas en caso de guerra; solo un 20% se presentaría voluntario a filas y el 25% de iría del país para evadir el servicio militar.