La economía de China vive un éxito sin parangón debido al modelo asiático de desarrollo, de riesgos evidentes y soluciones con obstáculos. Su desconocimiento en Occidente hace difícil imaginar la evolución económica y política y cómo pueden cambiar sus relaciones con el mundo.
La ascensión de China en el orden económico mundial ya no sorprende a nadie, pero no siempre caemos en la cuenta de que se trata más bien de un resurgimiento. China vuelve a ocupar el lugar que tuvo durante la mayor parte de la historia conocida, tras un largo eclipse que coincidió, más o menos, con el comienzo de la Revolución Industrial en Occidente. En efecto, si usamos las tres variables habituales para caracterizar una economía –población, producto interior bruto y renta per cápita, vemos que, en 1820, China, con el 36,5 por cien de la población mundial y el 33 por cien del PIB, era el mayor país, la mayor economía del mundo y su renta per cápita era igual a la media mundial, Europa tenía el 13 por cien de la población y el 13,6 del PIB mundiales. En 1950, en el nadir de su decadencia, recién fundada la República Popular, China representaba el 21,6 por cien de la población mundial y el 4,5 por cien del PIB. Europa, con el 12 por cien de la población, producía el 26,2 por cien del PIB. La renta per cápita en China era 10 veces inferior a la europea; un naufragio sin medida común con otros procesos de decadencia como el de la España del mismo periodo…