Como consecuencia de la crisis de 1998 y la implosión de la convertibilidad argentina en 2001, los brasileños acabaron aceptando que el camino a la prosperidad no contemplaba los atajos cambiarios perpetrados en el pasado. Sin duda, Brasil ha cambiado mucho y a mejor.
Pocos precios ejercen sobre políticos y economistas la fascinación que provocan los tipos de cambio. Latinoamérica debe algunos de sus muchos millones de pobres a los sucesivos ?y casi siempre muy desafortunados? experimentos en los que a lo largo del tiempo se embarcaron sus autoridades económicas y políticas a fin de alcanzar objetivos tan desproporcionados para un simple precio como la ?importación de credibilidad anti-inflacionaria? o la ?preservación de la competitividad de la economía real?.
Las más de las veces, los intentos de controlar el tipo de cambio nominal acabaron desembocando en una escandalosa apreciación del tipo de cambio real ?el eufemísticamente llamado ?retraso cambiario?? que, además de obvias implicaciones distributivas, acabó empujando al país a crisis cambiarias y financieras que se llevaron por delante a los ingenuos y arrogantes gobiernos que pretendieron desafiar las fuerzas del mercado. De estas crisis los países salieron ?y no siempre al primer intento? con dolorosos procesos de ajuste en los que se perdió crecimiento, empleo y reputación.