Sin duda, el problema de la deuda exterior de los países en vías de desarrollo constituye, en el momento presente, una de las amenazas más graves que penden sobre el sistema económico internacional, cuyo agravamiento o falta de solución podría llevar, en el futuro, a serias consecuencias negativas tanto de carácter económico como social y político.

Por un lado, la ausencia de una solución eficaz y duradera a este problema derivaría, básicamente, en un empeoramiento de las ya precarias condiciones de vida de los países deudores. En efecto, el elevado monto de la deuda exterior, en relación a las rentas nacionales de estos países implica, que éstos tengan que efectuar continuamente una reducción del gasto en sus economías para liberar recursos que, transferidos al exterior, sirvan para atender el pago del principal y el servicio de la deuda. Y bien es sabido que la reducción del gasto recae, en buena parte, sobre la inversión, por lo que las posibilidades de crecimiento futuro, de mejora de los niveles de vida y de reducción del monto de la deuda en relación a la renta nacional son remotas.

Si la única opción para los países fuertemente endeudados es la de sacrificar una parte importante y creciente de su renta para atender el servicio de una deuda exterior elevada que –por su propia inercia– no tiende a reducirse suficientemente con el paso del tiempo, entonces es de esperar que surjan problemas sociales que reflejen la falta de esperanza de la población de estos países en abandonar su actual círculo vicioso de alta deuda exterior y bajo crecimiento interno. Problemas sociales que, sin duda, reducirán el avance de regímenes democráticos en los países mencionados, ante la incapacidad de encontrar una solución económica en el mercado de los vigentes sistemas políticos.

Sería equivocado, sin embargo, pensar…