Un enigma esotérico en soporte informático, con la pretensión de estar dirigido a la inmensa mayoría, circuló el pasado verano vía Internet. Su difusión fue enorme. El oráculo proponía encontrar la solución a “algo” que “fuera tan poderoso como Dios, tan satánico como Lucifer, que los ricos desean y que los pobres no tienen, y si te lo comes te mueres”. La solución custodiada por el oráculo, como suele ocurrir con cualquier misterio órfico, resultaba una banalidad: “La nada”. Pero entre las respuestas recogidas había una de un joven universitario de la Complutense de una gran consistencia: “El petróleo”.
En efecto, su poder es tan poderoso como satánico. Los ricos lo necesitan. Los pobres lo tienen o no, según se mire. Ni Reino Unido, Noruega o Estados Unidos son pobres, pero el “oro negro” se oculta preferentemente en países del Tercer Mundo, aunque los pobres no tienen su usufructo. Dictadores y gobernantes lo expropian y colocan sus caudales a buen recaudo, custodiados por sofisticados dragones que han cambiado los colmillos por el ordenador. “Si te lo comes te mueres”. Así ha sucedido. El petróleo ha dejado de ser fuente de riqueza. ¿Dónde han ido a parar los 300.000 millones de dólares del petróleo nigeriano desde su independencia en 1960? Este país, como otros productores, ha contraído una voluminosa deuda externa que perjudica su solvencia; la avalancha de petrodólares ha causado un desajuste productivo al forzarse al alza el tipo de cambio nominal que ha deteriorado la capacidad de competir de otros sectores de la economía. ECONOMÍA EXTERIOR analiza la “maldición del oro negro” en su informe final. ¿Por qué las multinacionales y los gobiernos occidentales democráticos consienten estas injusticias?
“Los ricos lo necesitan”. Hasta hoy han sido los grandes beneficiarios. Las multinacionales han cosechado grandes dividendos y los usuarios de…