El desarrollo de adenovirus genéticamente modificados contra un nuevo patógeno del que no se sabe a ciencia cierta cómo evade al sistema inmunológico humano es uno de los procesos biotecnológicos más sofisticados que existen. Gracias al rigor de las pruebas clínicas actuales sobre su seguridad y eficacia, las vacunas figuran hoy entre los productos médicos más seguros del mercado. La primera vacuna basada en adenovirus fue aprobada el pasado junio, contra el virus del Ébola.
Las precauciones no son gratuitas. Cualquier error o precipitación puede poner en peligro la vida de un sin número de personas sanas a cambio de una seguridad ficticia. La premura, sin embargo, es comprensible. El coronavirus ha infectado ya a unos 25 millones de personas, cobrándose más de 800.000 vidas. Si la pandemia no se frena, podría cobrarse muchas más y reducir el PIB global en más de 12 billones de dólares hacia finales de 2021, según diversas estimaciones.
Aunque las cifras son confusas, ya se han comprado unas 4.000 millones de dosis de vacunas. Rusia ha recibido pedidos de 1.000 millones de dosis de una veintena de países y piensa fabricarla en Brasil, India, Corea del Sur, Arabia Saudí y Cuba. Yonatan Grad, epidemiólogo de la Universidad de Harvard, advierte, sin embargo, de que la lucha es “una maratón, no un sprint”, y que aun con una vacuna los rebrotes podrían hacerse crónicos y estacionales. Pero en Rusia todo parece subordinarse a los intereses políticos del Kremlin. El ministro de Salud ruso, Mijaíl Murashko, ha dicho que las vacunaciones masivas comenzarán pronto entre educadores y personal sanitario.
El Centro Nacional de Investigaciones Epidemiológicas y Microbiología Gamalei de Moscú, que ha desarrollado la vacuna Suptnik V, todavía no la ha sometido a las pruebas clínicas de la llamada fase 3, la última y más importante….