Las medidas anticrisis han recortado un 20 por cien el presupuesto de la policía. La violencia de agosto en Londres muestra cómo cada euro menos de gasto público supone un paso de retirada del Estado.
Incluso en la era del cientificismo forense y de las investigaciones policiales hipertecnificadas, la búsqueda de un móvil sigue siendo una de las rutas ineludibles para esclarecer un crimen. Para explicar los delitos en masa, conviene además aplicar dosis de psicología colectiva y atender el contexto social de sus autores. Pero el primer paso es siempre el mismo: visitar la escena del crimen. Y, si se trata de un robo, buscar lo que falta. “En mi barrio, Brixton, había una tienda de bicicletas y una joyería puerta con puerta. Tomaron al asalto la tienda de bicicletas, y se llevaron 2.000. Solo dejaron en la tienda cuatro modelos de niño. La joyería quedó intacta”, explica India, empleada de una sucursal del Banco Santander en el centro de Londres.
En el centro comercial junto a la estación de Tottenham Hale, al noreste de la capital británica –y zona cero de los disturbios desatados en las principales ciudades inglesas el pasado verano–, el paisaje era desolador al tercer día de violencia. El aparcamiento vacío, los escaparates tapiados con tablones de madera, y cristales en el suelo a los pies de los comercios asaltados: Argos (vende de todo para la casa), PC World (electrónica) y Staples (material de oficina). La actividad se concentraba en el único establecimiento indemne, un supermercado Lidl. “Sabían que aquí no hay cosas de valor”, explicaba el gerente, Johnny Wales. El sector de las librerías aclaró por su parte que la cultura no fue tampoco el objetivo de los saqueadores. Solo una fue asaltada durante los disturbios. A Gay’s the Word, una librería londinense especializada…