El primer ministro indio, Narendra Modi, ha ganado un tercer mandato consecutivo y se ha convertido en el único líder de India desde el primero, Jawaharlal Nehru, en lograr tal hazaña. Pero la toma de posesión de Modi, el 10 de junio, no fue un crescendo de aclamaciones. Por el contrario, entra en su undécimo año de mandato mucho más débil y con su autoridad muy mermada. Su Partido Bharatiya Janata (BJP) no consiguió la mayoría en las elecciones celebradas entre abril y junio, y sólo obtuvo 240 escaños en la Cámara Baja del Parlamento, de 543 miembros. A diferencia de sus dos mandatos anteriores, Modi necesita ahora aliados –principalmente dos partidos regionales, el Janata Dal (Unido) de Bihar y el Partido Telugu Desam del estado de Andhra Pradesh– para mantenerse en el poder.
Peor aún para Modi, sufrió un doble golpe personal en las elecciones. Su partido perdió la mayoría de los escaños en Uttar Pradesh, el estado más grande de India, considerado una fortaleza inexpugnable para su nacionalismo hindú y su política identitaria. Fue en enero de 2024 cuando Modi consagró un templo en el estado a la deidad hindú Ram, en una ceremonia que, tras décadas de agitación nacionalista hindú, representó un triunfo eufórico para el primer ministro. Por primera vez, el partido tampoco obtuvo buenos resultados en las circunscripciones en las que Modi hizo campaña. Los votantes parecieron desanimados por lo que fue una de las campañas del BJP más crueles y vitriólicas de los últimos años, cargada de un discurso de odio explícito dirigido a la comunidad musulmana minoritaria de India.
Pero mientras Modi y el BJP luchaban, la democracia india ha triunfado contra todo pronóstico. Las elecciones se celebraron en un contexto de creciente nacionalismo hindú y autoritarismo. El gobierno perseguía sistemáticamente a sus…