El esfuerzo combinado de gobiernos, organismos internacionales, ONG y fundaciones filantrópicas ha permitido, en la última década, triplicar las ayudas en el campo de la salud global.
Esta última década hemos sido testigos del avance más sustancial que jamás haya experimentado la salud global. Nunca se había alcanzado un mayor consenso político en torno a la necesidad del acceso a la salud y nunca los recursos del sector privado influyeron tanto para salvar millones de vidas. Por poner algunos ejemplos, enfermedades como la malaria han rebajado su incidencia global entre un 25 y un 30 por cien y millones de pacientes con tuberculosis han sobrevivido gracias a la mejora de diagnósticos, protocolos y tratamientos. ¿Habría sido posible este avance sin la irrupción de capital privado, como el de Bill Gates? ¿Habría sido posible sin la aparición de nuevas alianzas público-privadas, como el Fondo Mundial contra el sida, la malaria y la tuberculosis? Probablemente, la respuesta es no. Aunque el papel de la filantropía no es nuevo, su capacidad para promover alianzas, inyectar recursos y proponer soluciones ha sido el gran catalizador de esta pequeña revolución.
El concepto mismo de salud global sería impensable sin la enorme aportación no solo de recursos sino también de conocimiento de la filantropía. Aunque el término salud global suena nuevo frente a otros como medicina tropical o salud internacional, su sentido no es arbitrario. El cambio de denominación es más que un mero ejercicio semántico. Por salud global entendemos procesos que, como la globalización, nos enfrentan a nuevos retos ante los cuales los Estados, por sí solos, ya no pueden dar respuesta, como el clima, la economía o las finanzas. En un mundo globalizado, la salud ha dejado de tener fronteras y es en este punto de inflexión donde actores públicos y privados buscan consensuar…