La máxima autoridad católica deja las puertas abiertas a los musulmanes moderados, aliados fiables para frenar la locura terrorista que afecta a una parte del mundo.
El 4 de febrero los muros de Roma ofrecieron un espectáculo inusual. Diseminados por la ciudad, aparecieron manifiestos anónimos con una “mala” foto del papa Francisco rodeada de comentarios en dialecto romano. Frases críticas que denunciaban algunas decisiones del pontífice, consideradas demasiado severas, contra algunos cardenales u órdenes, como la de los Caballeros de Malta. El manifiesto acababa con una pregunta dirigida directamente al papa Bergoglio: “¿Pero dónde está tu misericordia?”
Era obvio que la crítica, esta vez, procedía del interior de los muros vaticanos. Algunos han querido ver en estos manifiestos el descontento de una parte de la curia, marginada después de la renuncia de Benedicto XVI. Quien colgó los manifiestos intentaba destacar “la hipocresía” del Papa en un año dedicado, precisamente por él, a la misericordia. Bergoglio, según ellos, es un Papa autoritario y su gestión de las diferentes corrientes de la Iglesia católica poco diplomática.
Es cierto que cuando se habla de “corrientes” nos referimos, en este caso, a movimientos conservadores, abiertamente contrarios a la apertura del papa Francisco –ratificada y explicada en numerosos discursos y homilías– hacia los refugiados, inmigrantes y, sobre todo, hacia la religión islámica. Un pecado imperdonable para quien ve en los seguidores de Mahoma, en todos sus seguidores sin excepción, potenciales terroristas que encarnan el mal absoluto.
En un artículo publicado por Magdi Cristiano Allam en Il Giornale del 18 de febrero de 2017 se vertían críticas muy duras: en él se intentaba explicar al pontífice que el islam no es una religión de paz. Todo acompañado por una retahíla de episodios que demostrarían cómo la Iglesia y Europa “pudieron salvaguardar su propia identidad y civilización…