Los historiadores dedicados a los asuntos europeos recordarán el 24 de febrero de 2022 como un momento decisivo para el continente. La agresión rusa en Ucrania, a poco más de 30 años del final de la guerra fría, dejó al mundo atónito. El hecho de que una potencia nuclear a las puertas de la Unión Europea pueda invadir un país vecino resulta impactante. La condena de los líderes mundiales no se hizo esperar. El 1 de marzo, se anunciaron sanciones contra funcionarios rusos y un esfuerzo liderado por Estados Unidos para bloquear a los bancos rusos del sistema de pagos internacionales SWIFT, lo que llevó a la caída del rublo. Los directivos de las principales multinacionales presentaron un extraordinario frente unido. Desde Apple hasta Boeing o BMW, compañías de todo el mundo comenzaron a limitar, si no a detener del todo, sus operaciones en el país, presionando a los consumidores rusos. Las consecuencias de estas medidas aún no están claras, y todavía no han disuadido a Vladímir Putin de continuar con la guerra en Ucrania, un conflicto que ha provocado ya miles de muertes de civiles y millones de desplazados.
Las consecuencias de la guerra también han tenido efectos en cascada en todos los países. La inflación, incluso antes de la guerra, ha disparado los precios de la energía y los alimentos, impulsados, en parte, por la dependencia del mundo de los combustibles fósiles rusos y de los productos básicos ucranianos y rusos como el aceite de girasol, el trigo y la cebada. Suministros industriales como los fertilizantes –un importante producto ruso y bielorruso– se han encarecido al desviarse las rutas comerciales y por la subida del precio de los combustibles. Al mismo tiempo, el creciente aislamiento internacional de Rusia ha dificultado la cooperación en torno a cuestiones de gobernanza…