El oprobio del hambre
Si a principios del siglo XXI los expertos en cooperación y desarrollo hubieran listado los principales asuntos que pondrían en riesgo la erradicación del hambre en el mundo, probablemente ninguno habría previsto la crisis de 2007 y 2008 que provocó un despegue del precio de los alimentos. Este hecho trajo consigo una serie de problemas en los países que se encontraban luchando día a día contra la pobreza extrema. El concepto de seguridad alimentaria se volvió más difuso que nunca. No solo no había alimentos suficientes: los pocos que había eran inalcanzables debido a su coste. Era un problema de acceso, no de producción.
A pesar de sus resultados nefastos, la crisis fue vista con optimismo. Se la consideró la gran oportunidad de reestructurar el problema del hambre en el mundo. Las hambrunas y las revueltas que la siguieron fueron la mejor de las alarmas para ONG, filántropos, científicos, tecnólogos y gobiernos. Es de suponer que aún buscan la fórmula del éxito.
En El oprobio del hambre, el analista político, periodista y crítico cultural estadounidense David Rieff hace un análisis sobre alimentos, justicia y economía tomando como punto de partida la crisis. Tras treinta años de estudio en la materia, cuestiona la prepotencia con la que se aborda la cuestión del hambre en los países pobres desde las élites del mundo de la cooperación. Su crítica va directamente dirigida a todas las instituciones que, en palabras del propio Rieff, “juegan a ser Dios”.
Rieff afirma que hasta ahora la lucha global contra el hambre ha estado enmarcada en términos políticos en vez de morales, culturales y técnicos. Además, se han tratado de adoptar medidas generales que olvidan la concreción y las diferentes necesidades de cada población, cultura o territorio. Este es uno de los puntos candentes a la hora de fijar un programa definido para erradicar el hambre. ¿Es lógico establecer el mismo protocolo de actuación en todos los lugares que lo precisen? ¿Un sistema único favorece la igualdad de oportunidades para el progreso o incrementa la desigualdad?
Al modelo en activo de asociaciones público-privadas que pone especial énfasis en el desarrollo conducido por las empresas, Rieff lo llama el modelo “filantrocapitalista”. Con cierto sarcasmo, el hijo de Susan Sontag se pregunta si no será ir demasiado lejos determinar que en el siglo XXI hay cuatro categorías de seres humanos que tienen legitimidad para hacer lo que les plazca: los niños, los psicópatas, las víctimas y los filántropos. A lo largo del texto, Rieff se enfrenta a las medidas y propuestas del “establishment alimenticio”, es decir, al Banco Mundial, a las ONG, a la Ayuda Oficial al Desarrollo y a los grandes filántropos de nuestro tiempo, con menciones especiales para Bill Gates y Warren Buffet. Según el autor, se ha instituido una historia de amor con el filantrocapitalismo, es decir, un historia de amor propio.
A lo largo de El oprobio del hambre, Rieff critica de forma contundente el desmesurado optimismo, y la ligereza que este acarrea, con el que se aborda el problema del hambre. “Vivimos en una época en la cual la esperanza y el optimismo a menudo se presentan como la única actitud moralmente lícita que puede adoptar toda persona de consciencia y buena voluntad”, afirma Rieff, quien pretende alertar sobre el incesante optimismo con el que se trata de dar soluciones en el ámbito del desarrollo y la cooperación. Esta esperanzadora visión del fin inminente del hambre en el mundo no se sabe si peca de ingenuidad o de arrogancia. Si se analizan los Objetivos de Desarrollo del Milenio y sus resultados, y sus sucesores, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, podemos ver una larga lista de tareas incumplidas, de quimeras grandilocuentes, o simplemente una lista de deseos negociada.
“Para 2030, poner fin a todas las formas de malnutrición”, dice uno de los puntos de los ODS. ¿De verdad es tan sencillo? ¿Basta con escribirlo en un papel y confiar en que se cumpla? Pese a que ha habido muchos progresos en relación a la disminución del hambre en el mundo, no parece creíble tanta velocidad. Basarlo todo en cálculos, predicciones y estadísticas deja de lado la espontaneidad y los imprevistos que puedan surgir. Esta combinación de fechas y metas a alcanzar en aproximadamente 35 años es muy ambiciosa, y siendo sinceros, poco realista. “Un conjunto utópico y disperso”, en palabras de Charles Kenny.
Locke decía que “la razón es una vela tenue”, pero que solo disponemos de ella para gestionar nuestra existencia. Rieff advierte sobre la “fé mística” que hay alrededor de los avances científicos y tecnológicos como forma única de subsanar las hambrunas en los países pobres. Nos hemos olvidado de la experiencia de la humanidad. Esta nos dice que al igual que pueden aparecer sorpresas positivas proporcionadas por los avances de la ciencia, también puede haber sorpresas negativas que incrementen el grado de alarma. El análisis, por tanto, es incompleto.
Tras casi 400 páginas de crítica al “establishment alimenticio”, El oprobio del hambre concluye sugiriendo un posible camino a seguir. El refuerzo del papel del Estado y de la democracia son, según Rieff, las claves para evitar la emancipación de las fuerzas de los mercados del control social y político, lo que resultaría catastrófico. Aún así, hay que apuntar que estas últimas conclusiones son cuanto menos breves. Parece que se quedan escasas para tanta crítica; aún así, son claras y contundentes.