TV, deporte, cafés, principales aficiones de una juventud que se debate entre la exigencia de arraigo a su cultura de origen y el atractivo de la vida moderna. Una sociedad en transición, puede que incluso estancada, a la que le cuesta asumir su identidad secular, y más aún integrarse decididamente en un mundo globalizado.
Qué hacen los jóvenes magrebíes cuando escuelas, institutos, universidades, empresas y otros lugares de trabajo cierran sus puertas? ¿Y qué hacen los Estados magrebíes para llenar el día a día de esos jóvenes que denuncian la incomprensión social, el vacío cultural, el desempleo, el cierre de fronteras, y que con frecuencia hallan la respuesta a su malestar social y existencial en el ?harqan? (emigración clandestina), este deseo suicida de irse a cualquier precio? Frente a las necesidades expresadas, los gobiernos hacen mucho y al mismo tiempo poca cosa.
A la hora de llenar sus interminables jornadas, casi todos los jóvenes magrebíes están en el mismo barco. Centros juveniles humildemente equipados, salas de cine cada vez más vetustas y desiertas? Alguna que otra actividad deportiva, como el fútbol, aún accesible a todos. En cuanto a los clubes de ocio, los auténticos, a menudo están reservados a los más afortunados. Hay, pues, distracciones y? distracciones. Las de los ricos y las de los pobres.
Para los primeros, la vida es un lecho de rosas. Están la mar de bien en sus paraísos artificiales, rodeados de un lujo insultante. Las chicas andan embutidas en vaqueros ceñidos, con tacones de aguja, bolsos caros, vestidos de seda y las marcas bien a la vista. Los chicos, a bordo de grandes berlinas, todoterrenos y otros cabriolés, se pasean con el pelo engominado, trajes de lino, exhibiendo sus zapatillas de 200 euros. Ellos y ellas se reúnen en los clubes de alto copete,…