Hace un año esta revista publicó un número monográfico sobre Alemania. Su lectura hoy produce una sensación de distancia; parece haber sido escrito hace mucho tiempo, aunque las conclusiones que de él se podían extraer siguen perfectamente vigentes: la “cuestión alemana” está en el origen del actual orden internacional y ni este orden ni las fronteras alemanas pueden alterarse sin que el otro también se vea afectado; la unión es un objetivo irrenunciable para la República Federal y cuando, después de años de gélida estabilidad, el mundo de la posguerra se derrumba, inexorablemente, se replantea la “cuestión alemana”.
El acceso de Gorbachov a la Secretaría General del PCUS fue el resultado de la desaparición de una generación de dirigentes y de la necesidad de tomar importantes decisiones en el terreno económico, que requerían un nuevo tipo de políticos. Gorbachov encontró un estado en bancarrota y un imperio que se mantenía en pie en contra de la voluntad de sus ciudadanos y por el solo efecto de la violencia. El nuevo secretario general fracasó al intentar reanimar la economía soviética, estancada en un alarmante crecimiento cero, que parecía garantizar el encuadramiento de la Unión Soviética en el Tercer Mundo. Aquello significaría, en un tiempo mayor o menor, la incapacidad soviética para continuar la carrera de armamentos con los Estados Unidos. El formidable reto político y militar –la Iniciativa de Defensa Estratégica– que supuso el primer mandato de Reagan convenció a Gorbachov de la necesidad de iniciar una nueva política.
La conjunción de perestroika, glasnost y nuevo pensamiento abrieron una nueva etapa en la historia mundial de efectos tan sorprendentes como demoledores. Los dirigentes soviéticos buscaban distensión, ayuda económica de Occidente y despertar el entusiasmo de las clases intelectuales de la Unión Soviética para reanimar el sistema político y resucitar la ilusión…