Desentrañando la industria de las materias primas
Desde hace décadas venimos advirtiendo la relación entre la subida de los precios de los bienes de consumo y las grandes crisis de nuestro tiempo, a menudo rodeadas de incertidumbre y miradas escépticas. El título del libro ya sirve a modo de aviso, El mundo está en venta advierten Javier Blas y Jack Farchy –que llevan años contando en primicia muchos de los entresijos de este gran “mundillo”– a aquellos a quienes les preocupe la convergencia entre el comercio internacional y las crisis geopolíticas. Para los más osados, aquellos capaces de encontrar oportunidades de negocio donde otros ven problemas, el título suena a invitación.
Detrás de estas interpretaciones encontramos un libro revelador y redondo que examina la historia reciente a la luz (y a las sombras) del comercio de materias primas. Tras una ambiciosa tarea de investigación, los autores nos desvelan los secretos de una industria situada en el corazón del tejido económico del mundo.
Por un lado, Blas y Farchy narran los episodios más significativos de la compraventa de insumos básicos, desde la nacionalización del petróleo en Oriente Próximo, pasando por la caída de la Unión Soviética, al auge de China y a la liberalización del comercio mundial. En cada una de estas etapas, la trayectoria histórica de los países en simbiosis con las ineficiencias de la economía global, las asimetrías de información y las tendencias del libre comercio han jugado un papel imprescindible en el destino de muchos países. Con la caída de la URSS, los autores cuentan cómo llegaban los comerciantes para comprar empresas de aluminio y otras materias primas a enclaves como Siberia, donde fábricas y refinerías tuvieron que vender toda su producción. Fueron años de grandes operaciones y trueques en medio de compensaciones y extorsiones hasta la privatización de la economía con el ascenso de Vladímir Putin.
El milagro chino fue otro de los grandes ejemplos de la creciente influencia de la industria. Los ejecutivos de Glencore auguraron una mayor demanda de materias primas en un momento en el que China transicionaba a un país de renta media. Su exponencial crecimiento significó una monumental reubicación de su población y un aumento del insumo de materias primas a unos niveles que nadie pudo pronosticar, ni siquiera Glasenberg, el director ejecutivo de Glencore, que compró minas de carbón en Australia para abastecer al creciente mercado chino.
Por otro lado, sus páginas construyen una radiografía de las élites económicas y políticas globales, envueltas en una vorágine de conspiraciones empresariales y dilemas éticos. Estar en la cúpula de poder requiere de visión, viajes a entornos inseguros y volátiles, cálculos ajustados y más de un golpe de suerte. Algunos lo llamarían falta de escrúpulos. Sea como sea, el libro nos acerca al frenético día a día de nuestros carismáticos protagonistas: los pioneros Marc Rich, Claude Dauphin e Ian Taylor. En estas historias, no es fácil perderse entre los nombres y actores principales, puesto que ha sido una industria construida sobre los hombros de unos pocos nombres: Vitol, el gigante del petróleo; Trafigura, la segunda mayor comercializadora de petróleo y metales; Glencore, el mayor comercializador de metales; y Cargill, la mayor distribuidora de cereales y alimentos.
Si hay algo que queda claro en el libro es que la dotación de recursos naturales no siempre ha sido una bendición. La soberanía nacional sobre estos recursos ha sido erosionada por sobornos y transferencias de propiedad, dando forma, en gran medida, al statu quo internacional. Así, las comercializadoras de materias primas han colocado a líderes en los gobiernos y han alimentado regímenes autoritarios; como en Irán, donde compraban petróleo a Jomeini a pesar del embargo y cuando la OPEP comenzaba a fijar precios; en Irak, donde ayudaron a Sadam Hussein a vender su petróleo eludiendo las sanciones de la ONU; o en Cuba, donde suministraban petróleo a Fidel Castro a cambio de azúcar: un salvavidas para la revolución comunista. El libro ilustra en su forma más evidente el anarquismo del sistema internacional, donde los vacíos legales, la competencia empresarial y la responsabilidad social corporativa brillan por su ausencia.
Así, mientras en Occidente hoy alardeamos de nuestros índices de transparencia y de buen gobierno, vemos de cerca como hemos contribuido al malestar económico y político de muchos países y favorecido el deterioro de ecosistemas locales mediante la externalización de costes medioambientales. Los índices de riesgo y categorías como la de “Estados fallidos” hoy avisan a las empresas de que algunos lugares del mundo no son suelo fértil para hacer negocios. Pero esto no siempre ha sido así. El continente africano ha sido el objetivo de muchas de estas operaciones, que buscaban tender puentes entre las minas africanas y las cuentas bancarias de Londres o Suiza. Tras la crisis financiera de 2008 y durante los períodos de hambruna que estrangularon a la cooperación internacional y al Programa Mundial de Alimentos de la ONU, los especuladores consiguieron lucrarse gracias a los mercados de futuros.
«Tras la pandemia muchos países productores se salvaron por los perspicaces movimientos de las comercializadoras»
¿Cómo, entonces, hemos podido ignorar todo esto? Simplemente, sobre la industria de las materias primas, durante mucho tiempo no hemos sido capaces de ver nada en absoluto. Washington, antes de erigirse como la “policía del mundo” pasó por alto muchos escándalos ligados a estas operaciones, ya que contribuían en gran medida a llenar las arcas del Estado. Pero el mercado, a pesar de tener sus favoritos, opera de maneras poco previsibles y más uno tan volátil como el de las materias primas. La mayoría de las veces han sido los intereses occidentales y los de sus sociedades los mejor parados. En otras, como en Jamaica en los 70, la ayuda en suministro de petróleo salvó al país de la quiebra en dos ocasiones. Tras la pandemia, muchos países productores se salvaron por los perspicaces movimientos de las comercializadoras.
Conviene destacar que las sanciones solamente comenzaron a ser emitidas cuando los intereses estatales estadounidenses empezaban a correr peligro. El relevo de los impulsores de la rendición de cuentas lo tomaron las sociedades mejor informadas tras los avances tecnológicos de los años 80, y de la mano de medios como Bloomberg, que emergieron de la misma industria a la que después le arrebatarían el monopolio de información sobre estas grandes operaciones.
La carrera por la tecnología de nuestros días inaugura un nuevo superciclo de materias primas. Dos modelos: el del libre mercado estadounidense –cada vez más dominado por la lógica proteccionista– y el de la economía centralizada chino –cada vez más liberal– compiten por asegurar el suministro de materias primas críticas. Asistimos, también, a una reconfiguración global de los intereses del consumidor: mayor interés por las renovables, preocupaciones por el comercio justo… Y el auge de empresas productoras en un hemisferio dispuesto a asumir mayores riesgos.
Es por ello que aún quedan muchos intereses por acomodar en el tablero internacional, aunque es de esperar que la tiranía de los precios seguirá limitando muchas opciones al consumidor a favor de recursos como el petróleo. El libro tan necesario de Blas y Farchy, además de equilibrar el análisis divulgativo con el morbo que esconden las vicisitudes de un negocio frenético, explica con una claridad sorprendente de dónde venimos, apuntando a una industria corrupta y obsoleta –que hoy ha perdido su resplandor– como el exacerbante de muchos de los problemas del mundo o, por lo menos, como un fiel reflejo de estos. Nos recuerda, también, que el desarrollo económico no cae del cielo. Más bien se compra y se vende.