El Minotauro global
Como nos recuerda Paul Kennedy en su brillante Auge y caída de las grandes potencias, el talón de Aquiles de los imperios siempre acaba siendo el bolsillo. La economía los lleva a lo más alto y desde allí los lanza de cabeza a los museos arqueológicos o los libros de historia. El autor estadounidense comenzaba su obra, escrita en 1989, con el estudio de los imperios español y portugués. Y la cerraba con algunos pronósticos sobre el hegemón americano, haciendo hincapié en la idea de que, con el tiempo, los desequilibrios económicos y fiscales de Estados Unidos irían debilitando los cimientos de su poder.
En una vuelta de tuerca a la tesis de Kennedy, Yanis Varoufakis –doctor en Economía por la Universidad de Essex, profesor en las universidades de Atenas y Texas– explica en El Minotauro global que por primera vez en la historia, la potencia hegemónica (EE UU) ha reforzado su hegemonía incrementando a propósito sus déficits. “Todo comenzó en 1971 con una audaz decisión estratégica de las autoridades estadounidenses –cuenta Varoufakis–: en lugar de reducir los déficits gemelos que habían estado creciendo a finales de la década de 1960 (el déficit presupuestario del gobierno estadounidense y el déficit comercial de la economía americana), las altas esferas legislativas de EE UU decidieron incrementar ambos déficits generosa e intencionadamente. ¿Y quién iba a pagar los números rojos? Fácil: ¡el resto del mundo! ¿Cómo? Mediante un permanente tsunami de capital que fluía incesantemente a través de los dos grandes océanos para financiar los déficits gemelos de América”.
Varoufakis reconoce que podría haber titulado su libro La aspiradora global, pues el sistema económico mundial resultante remite sin remedio a ese electrodoméstico. Alimentadas por el doble déficit de América, las principales economías excedentarias del mundo (Alemania, Japón y, más tarde, China) siguieron produciendo bienes en masa que la población estadounidense devoraba en afán aspiratorio. Alrededor del 70% de los beneficios obtenidos globalmente por estos países eran después transferidos a EE UU, en forma de flujos de capital hacia Wall Street. ¿Y qué hacía con ellos Wall Street? Al instante transformaba estos flujos de capital en inversiones directas, acciones, nuevos instrumentos financieros, nuevas y viejas formas de préstamos y, por último pero no por ello menos importante –y aquí Varoufakis nos guiña el ojo–, “un dinerillo” para los propios banqueros. “A través de esta lente, todo parece cobrar más sentido –apunta el economista griego–: el auge de la financiarización, el triunfo de la codicia, el repliegue de los organismos reguladores, la dominación del modelo de crecimiento anglo-céltico”.
Pero Varoufakis reconoce que lo de la aspiradora no suena tan bien como lo del Minotauro. Y tiene razón. La pátina mítica inspira más que la electrodoméstica. De acuerdo con la versión más conocida del mito, el rey Minos de Creta, el más poderoso gobernante de su tiempo, pidió a Poseidón un toro magnífico como señal de aprobación divina, dando su palabra de que lo sacrificaría en su honor. Después de que Poseidón se lo concediera, Minos decidió perdonarle la vida al animal, cautivado por su belleza y porte. Los dioses castigaron a Minos por su negligencia a la manera del Olimpo: retorcida. Con la ayuda de Afrodita consiguieron que la mujer de Minos, la reina Pasífae, cayera presa de la lujuria por el toro. Usando varios accesorios fabricados por Dédalo, el legendario ingeniero, se las arregló para quedar preñada, y el resultado de aquel encuentro fue el Minotauro: una criatura mitad humana, mitad toro. Minos encerró a aquella bestia en un laberinto construido por Dédalo. En ese corredor interminable, el monstruo vivía alimentándose de carne humana. Todas las tierras y mares conocidos enviaban a Creta muchachos y doncellas, una Pax Cretana, en palabras de Varoufakis, basada en el regular tributo extranjero que mantenía bien nutrido al Minotauro. ¿Les suena?
Criatura mitad humana, mitad toro; laberintos borgianos; tributos en forma de doncellas… Aquello no podía acabar bien. Y así sucedió. En octubre de 2008, Alan Greenspan, antiguo presidente de la Reserva Federal (Fed) y considerado el Merlín de nuestros tiempos, confesó haber descubierto “un defecto en el modelo que yo consideraba la estructura funcional crítica que define el funcionamiento del mundo”. Ejem. Teseo y Ariadna hicieron acto de presencia, derrotaron al Minotauro y liberaron a las doncellas. Desde entonces, el mundo anda huérfano de orden (un orden perverso, pero orden al fin y al cabo). En la actualidad, vivimos en “un mundo en el que las doncellas del Minotauro –con Wall Street a la cabeza– campan por sus respetos, liberadas de los caprichos de la bestia”, concluye Varoufakis.
Ministro estrella
De los nuevos ministros del gabinete de Alexis Tsipras, quien más interés mediático ha despertado es Varoufakis, a cargo de la cartera de Finanzas. Seis posibles razones: porque tiene un blog, porque cita a Jonathan Swift, porque ha trabajado en una de las empresas más innovadoras del mundo, porque no quiere salir del euro, porque le gusta el arte y porque ya ha escrito su carta de renuncia.
“¿Qué debería hacer Grecia para rescatarse a sí misma de su Gran Depresión?, ¿cómo deberían reaccionar España o Italia a las exigencias que la lógica nos dice que harán que las cosas empeoren? –se pregunta en El Minotauro global–. La respuesta es que no hay nada que nuestros orgullosos países puedan hacer más que decir no a las necias políticas cuyo real objetivo es profundizar la depresión”.
¿Habrá gran distancia entre las opiniones de Varoufakis y su práctica política, como dolorosamente ha ocurrido en tantas otras ocasiones (recuérdese a Hollande)?, se pregunta a su vez Joaquín Estefanía. “Considerando que Europa sufre una crisis creada por ella misma que está poniendo en peligro sesenta años de integración, el nuevo ministro ha escrito que nunca antes gente tan poderosa comprendió tan poco lo que la economía mundial necesitaba para recuperarse –señala Estefanía–. Miraremos con lupa su acción a partir de ahora”.
Nunca antes tanta gente poderosa comprendió tan poco sobre lo que la economía mundial necesita para recuperarse, en efecto. “Y nunca antes los actores de la historia se han mostrado tan dolorosamente ausentes –agrega Varoufakis–. La única esperanza es que la historia a menudo forja nuevas posibilidades cuando no parece existir ninguna”.