En 1976, Jean Monnet cometió el mayor error de su carrera europea. Ese año, en sus Memorias, el estadista dejó escrito que siempre había pensado que “Europa se forjará en crisis y será la suma de las soluciones adoptada para esas crisis”, una mezcla de balance, sueño y profecía. Él, que tenía muy fresco el dolor de la guerra y las dificultades de la fundación, las heridas y recelos entre vecinos, confiaba en que los momentos delicados harían sacar a todos lo mejor de sí mismos y entender que la única respuesta era el acercamiento, uno cada vez mayor. Sin embargo, lo que logró sin querer con sus palabras fue crear de facto un lema que se ha convertido en el manual operativo de la Unión Europea. Si alguna vez esa idea fue realmente cierta, y la integración y los avances se lograron solo y siempre en momentos de zozobra, ya no lo es.
Las crisis siguen, se acumulan y engarzan unas con otras contaminándolo todo, pero a pesar de ello el espíritu de esa cita, tan conformista como naíf, sigue muy vigente y condiciona el día a día de la Unión. Hoy sabemos que las crisis han servido en ocasiones para profundizar, sí, pero no por defecto ni siempre en la dirección buscada. El desafío de los populismos, la depresión económica de 2008 a 2012 o la crisis griega, que casi revienta el euro, difícilmente han hecho una Europa más fuerte, más unida. La sacudida política por la llegada de refugiados en 2015 casi se lleva Schengen por delante. Durante la gestión de estas crisis, o para lidiar con ellas, se han creado organismos e instituciones nuevos, protocolos y mecanismos más avanzados, pero la división, la desconfianza y la polarización que dejaron es muy alta. Ese clima emponzoñado no…