Con motivo del décimo aniversario de los atentados de 2001 en Estados Unidos, el historiador británico Timothy Garton Ash publicó un artículo titulado “El 11-S parecerá un desvío en la historia”. Según Garton Ash, durante el periodo en que EE UU –y por extensión Occidente– ha estado concentrado en protegerse de la amenaza transversal del terrorismo, así como en combatir en dos territorios comprendidos en lo que Zbigniew Brzezinski denominó “Balcanes euroasiáticos”, la gran historia –aquella que se articula en torno a los Estados– ha continuado su curso.
La “incertidumbre” y la “unipolaridad” a la que hacían referencia la práctica totalidad de formulaciones estratégicas vigentes en el momento que se produjeron los atentados del 11-S han vuelto, en poco más de una década, a un esquema caracterizado por dos tendencias –“globalización” y “potencias”, en este caso reemergentes– que comparten un mismo denominador: la redistribución del poder global. Por esta razón, cualquier análisis que tenga como finalidad el estudio de la realidad internacional ha de incorporar ambas referencias, y los espacios marítimos no son una excepción.
Balance de una época: gestión estratégica de Occidente
Más de una década de combates en las que hoy Napoleón consideraría como sus “heridas supurantes”, el volumen de capital tangible (recursos humanos, materiales y económicos) e intangible (desgaste político, diplomático, opiniones públicas y “poder blando”) consumido en Irak y Afganistán ha sido considerable. Tanto es así que ya en mayo de 2010 el entonces secretario de Defensa Robert Gates, afirmaba en un artículo en Foreign Affairs (“Helping Others to Defend Themseleves”) que los enfoques directos aplicados sobre el terreno no se presentan como una opción sostenible. De hecho, a propósito de la situación en Siria, dos años después, su sucesor al frente del Pentágono, León Panetta, confirmaba ante el Comité de Servicios Armados del Senado,…