La apertura de Europa central y oriental –cuya liberalización política y reconstrucción económica amplía el marco de unas relaciones intraeuropeas progresivamente normalizadas–; la introspección, al menos, por un tiempo difícil de evaluar, pero considerable, de la URSS; el vaciamiento –como consecuencia de la falta de cohesión política de sus miembros– del Pacto de Varsovia; la unificación alemana y sus consecuencias para la estructura de bloques y para el proyecto de unión europea afectan a la situación internacional general y a cada uno de sus escenarios principales. Sin duda, modificarán el papel del escenario mediterráneo y, por consiguiente, la relación entre Europa del Sur y el Magreb.
Es difícil hoy prever cuál será la nueva estructuración europea, ya que depende de la capacidad –y voluntad– de constituir un nuevo sistema de seguridad paneuropeo que sustituya gradualmente al establecido en base a dos bloques. No obstante, para el propósito que aquí nos ocupa se puede suponer:
- La subsistencia durante un tiempo suficientemente dilatado de las dos Alianzas –una de ellas vaciada de operatividad mientras subsista la aparente decisión soviética de no emplear su fuerza territorial fuera de sus fronteras– reduciéndose progresivamente sus efectivos y transformándose en foros de concertación (coordinación muy difícil de acrecentarse dadas las diferencias de organización política interna entre los países del hasta ahora bloque socialista); o bien:
- La subsistencia residual de los bloques, pero paralelamente a una búsqueda rápida del sistema paneuropeo; o bien:
- El fracaso de la experiencia reformista en la URSS y un retorno en ella a la militarización de su visión internacional.
En este último supuesto, los escenarios centroeuropeos volverían a tener valor esencial para la estrategia global y para el equilibrio general. Ahora bien, en circunstancias muy distintas a las actuales: sobre la base de una fragmentación en la zona y aprovechando las…