Cualquiera que se interrogue sobre el lugar que hoy ocupa Francia en el mundo, más aún, sobre el lugar que debería ocupar Francia en el próximo futuro, no puede dejar de contemplar el camino recorrido, valorando las posiciones perdidas, las posiciones conservadas e incluso a veces las conquistadas, con el fin de juzgar mejor cómo retomar o proseguir el avance.
Mirada sobre el pasado
No me voy a detener aquí sobre el pasado más que en tanto que permita arrojar luz sobre el presente. ¿Cuál era la situación de Francia hace dos siglos, en 1787? Aparentemente era considerable.
Era considerable, en primer término, la situación de nuestro idioma, que, de hecho, ocupaba el primer lugar; reinaba, incontestablemente, de un extremo al otro de Europa, de San Petersburgo a Madrid, de Berlín a Nápoles. Y junto con la lengua, la cultura francesa, el pensamiento francés. No es dar muestras descaradas de vanidad afirmar que esa cultura y ese pensamiento impregnaban los espíritus europeos; y aún más allá, en esos Estados Unidos de América a los que Francia acababa de ayudar a conquistar su independencia. La población de nuestro país, con 26 millones de habitantes, estaba lejos de ser la más numerosa. Por lo que se refiere a nuestra potencia militar, si bien ya no era, sin duda, la que había sido un siglo antes, no era menos temible. Francia era, en resumen, la mayor potencia del continente.
Sin embargo, los franceses que sin más hubiesen aceptado con cierto optimismo estos criterios habrían dejado de tener en cuenta dos fenómenos. Por una parte, la fragilidad de sus instituciones, incapaces de adaptarse al espíritu de los tiempos. Por otra, el retraso ya adquirido en la industrialización, nueva fuente del poderío; retraso que pesaría gravemente sobre nuestro destino nacional.
Un siglo más tarde,…